jueves, 23 de octubre de 2008

CAPRICHOS DEL DESTINO

Para los políticos, el individuo que no es de izquierdas, es de derechas.
Para los racistas, el que no es blanco, es más o menos negro.
Para los futboleros de Madrid, el que no es del Real, es del Atlético.
Para los futboleros sevillanos, el que no es del Sevilla, es del Betis.
(En éste caso hay que puntualizar que ésta es una distinción excesivamente simplista porque el bético, por su sobriedad en gestos, palabras, atuendo y comportamiento es la plasmación de la perfección a la que aspira la humanidad)
Para los estudiosos de la conducta humana, el que no es determinista, es voluntarista.
Los deterministas creen que son circunstancias que escapan a su control las que rigen los actos del hombre, mientras que, para los voluntaristas, la fuerza de la voluntad humana se impone a las circustancias y determina su actuación.
Serán galgos o serán podencos, pero no hay duda de que son perros, probablemente mestizos de las dos razas caninas.
Hay ejemplos en la historia para todos los gustos:
Ignacio de Loyola hubiera conseguido ser el caudillo militar a que aspiraba si la bala del cañon franco navarro que el 20 de mayo de 1521 le hirió las piernas en Pamplona no hubiera cambiado su destino para convertirlo en el azote de Lutero.
En el destino de marino mercante que se había trazado Pedro Alvares Cabral, y que acabó pasando a la historia como descubridor de Brasil, intervinieron varios factores determinantes.
Alvares Cabral siguió el consejo de Vasco de Gama de derivar al oeste para evitar calmas y tempestades cuando se dirigía a extremo oriente y, lo más importante, tomó posesión en nombre de su rey de la tierra que descubrió llamada posteriormente Brasil.
Nada de eso le hubiera valido, sin embargo, sin la ayuda inesperada de que a Vicente Yánez Pinzón, que poco antes había desembarcado en las mismas playas, se olvidara de reclamar la soberanía para su rey.
Los que lo conocieron en Norfolk el 29 de Septiembre de 1758 ya se percataron de que aquél recién nacido se proponía ganar la batalla de Trafalgar, pero lo que ni Horatio Nelson ni nadie sospechaba era que, además de la fama, la recompensa del logro de su objetivo vital sería la muerte.
Otro que durante muchos años desesperó de alcanzar el fin de sus esfuerzos fue el general Castaño, que desde que participó en la expedición española contra la soldadesca republicana francesa en 1793 se había trazado como meta ganar la batalla de Bailén.
Hasta que se firmó el tratado de Fontainebleau 14 años más tarde su objetivo parecía una quimera, porque los soldados de Napoleón no se acercaban por España.
Pero gracias al tratado, el ya emperador mandó a Junot y sus muchachos a la Península Ibérica, sin sospechar que, un año más tarde, un tórrido día de Julio, los esperaba Castaño entre Andujar y Bailén.
Deterministas o voluntaristas, todos ellos tuvieron la recompensa de una estatua.