miércoles, 29 de octubre de 2008

EMIGRANTES

No puede ser la quimera de un paraiso improbable la que impulse a nadie a arriesgar su vida, embarcarse en un cayuco de maderamen mal emsamblado y motor achacoso, para navegar durante diez días por un mar extraño y embravecido.
Si la comida para la travesía es escasa, el agua insuficiente y hay que hacinarse en 30 metros cuadrados con otros 120 ilusos, mucho tiene que atraerlo el sueño que persigue.
O muy insoportable el infierno del que huye.
No los detiene el peligro del mar, la más que posible muerte en la travesía, la dificultad que saben que tendrán para el permiso de trabajo si llegan.
Ni la crisis económica de la que han oído decir que azota Europa los disuade de subir al cayuco o la patera.
Se siguen arriesgando no por llegar a una tierra extraña, sino por huir de la propia.
Vienen de paises en los que una insólita conjunción de los intereses de Estados Unidos y la Unión Soviética, los dos únicos que salieron más fuertes de la segunda guerra mundial que al comenzar la contienda, y los indujo a aunar esfuerzos para acabar con el colonialismo.
El propósito real de las dos superpotencias no era altruista, sino desplazar de sus colonias a las potencias coloniales europeas y sustituir con las suyas sus influencias.
Estados Unidos se escudaba en su romántico orgullo de primer país que se sacudió el yugo colonial europeo, en la guerra de la independencia de Inglaterra, la que más los enorgullece de las innumerables que han librado en sus 230 años de historia.
La Unión Soviética justificaba la ayuda a la independencia en motivos ideológicos: la aversión dialéctica del comunismo al colonialismo y al imperialismo y su devoción a la autodeterminación de los pueblos.
Lograron que pueblos, cuya evolución social y política correspondía a la de la Europa de la Edad Media, se saltaran los pasos intermedios de renacimiento, despotismo ilustrado y revolución industrial y cayeran, como paracaidistas desconcertados, en el sufragio universal.
Se sirvieron de cómplices locales ilustrados para conseguir sus fines y, como premio, los encumbraron como manijeros de sus intereses.
No podía fracasar el intento de los dos colosos y Francia, Inglaterra, Bélgica, Holanda,Portugal y España perdieron sus colonias y, desde entonces, alcanzaron cotas de prosperidad para sus ciudadanos que nunca hasta entonces habían conseguido.
En los nuevos paises independientes, sin embargo, el bienestar de sus pueblos se ha degradado progresivamente y, medio siglo después de su independencia, es menor que cuando los administraban las potencias coloniales.
Si hubiera una única excepción a esa regla general aceptaría feliz mi error y me alegraría de que la independencia haya contribuido a la felicidad de los pueblos antiguamente colonizados.