lunes, 10 de noviembre de 2008

MORIR EN AFGANISTAN

Los ha matado el fanatismo del conductor suicida de un camión cargado de explosivos, pero su muerte es una consecuencia previsible del choque de intereses en Afganistan de las dos superpotencias de la guerra fría.
Antecedentes de la muerte de los militares españoles Rubén Alonso Ríos y Juan Andrés Suárez:
Agosto de 1978: La Unión Soviética, que todavía disputaba la hegemonía mundial a los Estados Unidos, despliega su 40 ejército en Afganistán, con el fin declarado de ayudar al gobierno comunista afgano, acosado por la guerrilla fundamentalista musulmana.
Lo que realmente perseguía la invasión militar soviética era uno de los objetivos tradicionales rusos: una salida al Océano Indico, del que solo la separaría Pakistán tras ocupar Afganistán.
El gobierno pakistaní por miedo a la amenaza soviética y el de Arabia Saudita, para ayudar a sus correligionarios mujaidines contra el ateismo comunista, apoyaron a los integristas musulmanes rebeldes, alentados por los Estados Unidos, por medio de su CIA.
El Presidente Jimmy Carter, a pesar de la ingenuidad inicial de su política pacifista, tuvo que admitir la necesidad de enfrentarse a la intervención soviética en Afganistán como una amenaza a toda la región del Golfo Pérsico y, con la llegada al poder de Ronald Reagan, comenzó a materializarse el apoyo activo norteamericano.
“La guerra de Charlie Wilson”, publicado por la Editorial Almuzara, pormenoriza la decisiva ayuda militar norteamericana para que los mujahidines derrotaran a los soviéticos y los expulsaran de Afganistán, lo que se consumó el 15 de Febrero de 1989.
La acelerada erosión del comunismo y la caída en Noviembre de 1989 del muro de Berlín, que simbolizó el derrumbamiento comunista, se debieron en parte al descontento interno por el desastre militar de Afganistán.
Diez años más tarde, mujahidines a los que los Estados Unidos habían ayudado y entrenado para derrotar a los soviéticos, participaron como protagonistas o cómplices en el choque de aviones secuestrados contra las torres gemelas de Manhattan.
El atentado no tenía móviles estratégicos ni de conquista. Solamente castigar el que consideraban centro de una cultura infiel, incompatible con la de los creyentes musulmanes, la única verdadera.
Como represalia, los Estados Unidos capitanearon la coalición armada contra Afganistán, que todavía colea, en uno de cuyos episodios han muerto los dos militares españoles,
La Unión Soviética y Estados Unidos cometieron el mismo error: pretender desplazar por la suya la civilización de un país, sin suplantar previamente su cultura.
Romanos, musulmanes, españoles e ingleses no lo hicieron así.
Los tres primeros dosificaron sabiamente el exterminio de los habitantes de las tierras en las que querían imponer su civilización y el mestizaje de los de individuos de la cultura invasora con los de la cultura invadida.
Crearon así el conjunto de símbolos, creencias, costumbres y mitos sobre los que se basaran las normas y leyes que regularan la sociedad de la nueva civilización.
En los territorios en los que implantaron la suya, los ingleses exterminaron previamente a la población nativa y la reemplazaron por la traída de fuera. Canadá, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda o Gibraltar son ejemplos.
En otros territorios donde los ingleses estuvieron, se limitaron a explotarlos como colonias, sin mezclarse con los nativos ni interferir decididamente en sus creencias, base de sus culturas: Egipto, Pakistán, India, etc.
Antes de que lo hicieran la Unión Soviética o los Estados Unidos, Alejandro Magno desde el Oeste, los budistas del imperio Kushan desde el este y los ingleses el siglo pasado ocuparon y perdieron Afganistán, pero sin pretender suplantar su cultura.
Lo hicieron, en cambio, los musulmanes que llegaron poco después que a España, acabaron con las religiones locales de sus habitantes y los unieron en el monoteísmo fanático del Islam, basado en el monopolio único del poder por parte de Dios.
Para que los intentos civilizadores de soviéticos o norteamericanos hubieran fraguado en Afganistán, tendrían que haber convertido a los afganos antes a sus religiones: que el poder lo monopoliza el Partido o que reside en el Pueblo. Para un musulmán eso hubiera sido una blasfemia, incompatible con la religión de su cultura.