martes, 25 de noviembre de 2008

TORTURAS DE YEZHOV

El primer gran inquisidor de España, Tomás de Torquemada, no hubiera sido ni siquiera su monaguillo.
Yagoda y Beria, que lo precedieron y sucedieron respectivamente como acólitos de Stalin en la concienzuda misión de librar a la Unión Soviética de disidentes, fueron, en comparación, cándidos filántropos.
Torquemada, Yagoda y Beria criaron fama, pero fue Nikolai Ivanovich Yezhov el que, de verdad, cardó la lana.
Se calcula en cuatro millones el número de indeseables para Stalin de los que libró al tirano entre 1936 y 1938, mientras fue Comisario para el Pueblo de Asuntos Internos y jefe de la NKVD.
El cojo Yezhov, de escaso metro y medio de estatura y aficionado en sus pocos ratos libres a entonar con no mala voz arias de ópera murió, naturalmente fusilado, por orden de su amo en 1940.
No solo dejó en sus 45 años de vida un rastro de bien merecida crueldad, sino que se le adjudica una revolucionaria teoría para intensificar el sufrimiento de sus víctimas hasta el extremo de que no pudieran evitar declararse culpables de las acusaciones más peregrinas que justificaran su muerte.
El enano, como lo llamaban a sus espaldas, sabía que el ser humano tiene una capacidad limitada de sufrimiento antes de morir bajo tortura y que, si sobrepasara ese límite, se quedaría sin arrancarle la confesión que pretendía.
Hombre de escasa talla pero de amplios recursos, ideó el de potenciar el bienestar de su víctima hasta que rozara el éxtasis para, a continuación, hacerlo descender hasta la más infrahumana frontera del sufrimiento.
El éxito coronaba su ingenio.
Un redivivo Yhezov parece que ha organizado la tortura a la que están sometidos desde hace pocos meses los trabajadores españoles, que han pasado de la euforia de la opulencia, que parecía garantizarles pleno empleo de por vida, a la inminencia del paro.
Ahora, los que todavía conservan sus barbas laborales, las tienen en remojo ante la inevitable llegada del barbero.
Por una inexplicable asociación de ideas, me he acordado del cojo enano cantarín Yezhov al hablar esta mañana con un amigo.
Me llamaba desde la pequeña empresa familiar en la que trabajaba, en las afueras de Madrid, y acababan de comunicarle la rescisión de su contrato. Ayer estuvieron estudiando sus dueños cerrar la empresa, pero le han dado un plazo a la esperanza y optado por despedir a cuatro de los diez empleados.
A los seis que todavía conservan el empleo les han aconsejado que, si encuentran trabajo en otro lugar, no duden en aceptarlo.