viernes, 28 de noviembre de 2008

EL ENEMIGO NECESARIO

La madrugada del 10 de Noviembre de 1989, al derrumbarse el muro de Berlin, sepultó en sus escombros el precario equilibrio entre las dos mitades en las que el mundo se había escindido tras la guerra que acabó en 1945.
Al este de la frontera del muro se quedaron sin el miedo al imperialismo capitalista y a su pujanza económica, con la que pretendía sobornar las voluntades de la ideología comunista, empecinada en sacrificar la libertad en favor de la igualdad.
Al oeste del muro, su caída significó la derrota del expansionismo revolucionario comunista, contra cuyo contagio se habían inspirado las alianzas económicas y militares de los países con regímenes políticos de democracias parlamentarias.
Cada una de las dos mitades del mundo tenía en la otra un enemigo identificado, geográficamente localizado, de capacidad militar equivalente y con el objetivo común y opuesto de derrotar al contrario.
Con el muro cayó, a ambos lados, el enemigo que todos precisaban para explicar su identidad diferenciada, al menos por contraste.
Y es que, a pesar de todas las condenas teológicas, el ser humano que vive a oriente u occidente de donde el muro servía de frontera, sigue creyendo en lo que predicaba el sabio persa Manes.
El alma del ser humano, decía Manes hace 1900 años, es creación de Dios y el cuerpo del Diablo. La lucha entre esos dos poderes supremos se perpetuará hasta que uno venza al contrario y se apodere del ser humano en su totalidad.
El mundo, como sus habitantes, necesita un enemigo contra el que proseguir la lucha perpetua que es la vida.
El muro, al derrumbarse, dejó sin enemigo a todos y, por lo tanto, perplejos y desconcertados. Hay que buscar y encontrar un enemigo que lo sustituya.
Sería prudente seguir el consejo de Sun Tzu en su obra “El arte de la guerra” de hace 2.500 años: “Si no puedes evitar la guerra, identifica antes a tu enemigo”.
Los primeros seres humanos que parecen haberlo encontrado son los musulmanes.
Sus enemigos son los que no admiten que Dios es único, que todo el poder es Suyo, que hay que someterse sin condiciones ni reservas a ese poder y que Mohamed es el profeta de Dios.
Con los enemigos, los creyentes no pueden transigir ni hacer pactos que impliquen la menor renuncia a los principios de su fé.
En Chechenia o Bombay, quien discrepe del Islam es enemigo del Islam.
Fácil le han puesto los mahometanos a los, para ellos infieles, identificar a su enemigo.
Si no lo han hecho ya es porque no les conviene admitir la evidencia del derribo suicida de las Torres Gemelas, las bombas de Atocha, los explosivos del subterráneo de Londres, el camión contra los gendarmes de Kabila, la ocupación de la escuela de Beslan o el derribo de dos aviones rusos de pasajeros.
Casi todos los enfrentamientos armados que hoy asolan al mundo tienen como beligerantes a radicales islámicos empeñados en imponer la pureza de su creencia.
Los combatientes del Islam se enfrentan tanto a antiguos capitalistas del lado occidental del muro como a ex comunistas de la parte oriental. Todos, sin otra discriminación que la de no ser correligionarios, son sus enemigos.
Los que rechazan un tratamiento recíproco son los ciegos peores. Los que no quieren ver.