lunes, 1 de diciembre de 2008

LA TIRANIA DE LA LIBERTAD

Con admiracion a mi maestro Don Antonio y con afecto a Mari Lurdes.


Quien tiene capacidad para dedicar su tiempo a lo que quiera, y no a lo que quieran los demás, es un hombre libre.
Su libertad no solo le permite hacer lo que le guste, sino cambiar de gustos sin que nadie lo fuerce al cambio.
El individuo libre es, pues, caprichoso, voluble, informal, inconstante y tornadizo como un guante de cabritilla.
Si asume obligaciones que ocupen su tiempo, puede y debe incumplirlas sin sonrojarse.
Si se avergüenza de descuidar sus obligaciones, es porque ha dejado de ser libre.
El hombre libre es, pues, un irresponsable, alguien de quien los que se ganan la vida demostrando su responsabilidad ocho horas diarias, harían bien en desconfiar.
Si un hombre libre se compromete a algo, lo cumplirá mientras no descubra algo mejor que hacer.
Quien no sea libre, que no se engañe: conseguir la libertad es menos difícil que conservarla.
La libertad es seductora y artera como una cortesana; descubre los encantos que sabe que nos embelesan con la misma sabiduría con que esconde las taras que podrían repelernos.
La libertad sabe fascinarnos con la mirada de hielo con que la culebra paraliza al ratón, para dejarlo indefenso ante la agresión que maquina.
Es sofista, falaz y perversa. Su astucia nos sugestiona con la entelequia de que hacemos libremente lo que queremos, sin percatarnos de que malgastamos parte de nuestro tiempo en hacerlo.
Sólo los más sagaces, en raros momentos de clarividencia, nos percatamos a veces de que la libertad nos ha quitado parte del tiempo que antes nos pertenecía en su totalidad, como individuos libres que éramos.
El individuo libre, si quiere seguir siéndolo de forma plena y duradera, debería desconfiar de la libertad y hacerse análisis de introspección periódicos, para que el embrujo de la libertad no lo enajene, y la pierda inadvertidamente.