miércoles, 3 de diciembre de 2008

ELEGIR SIN SABER O SABER ELEGIR

Antes de otorgarle su confianza al que quieran que los gobierne, los votantes deberían determinar la virtud que esperan que destaque en su acción de gobierno.
Quejarse de lo que el gobernante haga después de electo para, en algunos casos volverlo a elegir, es como cantar en la ducha: solo sirve para comprobar que careces del arte del canto y de la capacidad de acertar en la elección.
Ocupación, en fin, de holgazanes ociosos que descargan en el elegido la responsabilidad de su equivocada preferencia.
Para evitar la decepción de una elección errónea, conviene simplificar, aunque la simplificación implique el riesgo del sofisma. Simplifiquemos:
Hay dos grandes grupos de gobernados: los que precian la honestidad como indispensable en un gobernante y accesorias sus otras posibles virtudes. Son los buenistas.
Otra parte de los gobernados exigen a sus gobernantes, ante todo, eficacia, y los vicios que puedan evidenciar no pasan, para ellos, de pecadillos veniales. Son los cínicos.
Los buenistas, evidentemente, son los que ven la coquetería en la ratita presumida e ignoran que es un roedor inmundo, peligrosamente prolífico e insaciable, que difunde enfermedades contagiosas.
Los cínicos son los que, siguiendo las enseñanzas de Arístines, rechazan los convencionalismos sociales y defienden una vida austera.
Imaginemos que, siempre fieles a las exigencias de la democracia, nos echamos un referéndum y que más de la mitad de los que voten se pronuncian por un gobernante fundamentalmente honrado.
Los buenistas triunfantes no tendrían más que acudir a un convento de mendicantes y forzar al lego hortelano o al hermano tornero a que acepte la presidencia del gobierno.
Seguro que no encuentran a nadie tan honesto y desprendido.
Pero, ¿y si son mayoría los que optan por la solución cínica? Estaríamos perdidos porque nos encontraríamos con un Aznar en el puesto que ahora ocupa el político con apellido de artesano de la lezna y la chaveta.
Otro riesgo: que el elegido buenista sea realmente tan mentiroso como el cínico o que el cínico resulte tan cándido como el buenista.
Era mejor la dictadura. Como no nos permitían escoger, teníamos razón al quejarnos del que mandaba.