viernes, 19 de diciembre de 2008

SADICO Y MASOQUISTAS

¿Qué turbia pasión inhibe la voluntad del que sabe que lo están volviendo a engañar y deja a su burlador que reincida en su falacia?
¿Por qué retribuye con tan pertinaz aversión la advertencia del que se empeña, infructuosamente, en prevenirlo del nuevo engaño?
¿En qué beneficia la mentira al tan reiteradamente burlado?
¿Es propio de la condición humana deleitarse cuando un contumaz desaprensivo traiciona su candor, o indica un desorden patológico?
¿Tan diabólica es la fuerza de la atracción del embaucador que ciega la razón del embaucado?
En la literatura amatoria abundan las obras dedicadas a exponer, analizar y diagnosticar las servidumbres del desvío que encadena fatalmente a amante desaprensivo y amado ingenuo.
¿Es posible que la ingenuidad individual de la literatura erótica subyugue de la misma manera a todo un pueblo?
Si así fuera, explicaría el desconcierto de los que se admiran de por qué los engaños del contumaz fullero siguen embrujando a los españoles.
Solamente el extraño hechizo que sobre ellos ejerce justificaría que aceptaran con el mismo fervor cuando propone negociar con terroristas o acabar con ellos.
O cuando niega la evidencia de dificultades para, sin transición, erigirse en adalid de su solución.
Con una fe tan ciega lo aplauden al poner en entredicho el concepto de nación, como cuando se proclama guía de la unidad nacional.
Una proposición y su contraria es imposible que tengan el mismo valor, por lo que alguna de ellas perjudica, necesariamente, a quien la asuma, y lo que perjudique seguramente será doloroso para quien lo sufra.
A quien disfruta al ser maltratado o humillado se le define como masoquista, y sádico al que goza causando dolor.
El sádico, imprescindiblemente, necesita la aquiescencia del masoquista para su disfrute y el masoquista solo goza si encuentra un sádico propicio a hacerlo disfrutar.
Es la conjunción perfecta. Los españoles somos afortunados.