viernes, 2 de enero de 2009

POLITICO PROMETEDOR

Tanto se ha abusado de los eufemismos para ocultar lo social y políticamente incorrecto que hemos acabado por anular el significado original de algunas expresiones.
No digamos ya cuando adjetivamos algunos verbos.
Vale, no divaguemos y cuadremos al toro para que no nos lo devuelvan al corral:
El verbo prometer, en su primera acepción, significa “obligarse a realizar una determinada acción”, mientras que prometedor, que es una evolución adjetivada del mismo verbo, define a alguien “que tiene buenas perspectivas de lograr algo positivo”.
Así, un futbolista prometedor es el que, seguramente, acabará fichado por el Real Madrid y un político prometedor el que, capaz de cimbrearse como un mimbre en la dirección que sople su partido, comerá de la política de por vida.
Pero un amigo mío se llevó un chasco:
Conozco a ese amigo de vista porque lo veo cada vez que me afeito y ese amigo, que ya tenía hijos y había plantado arizónicas en la cerca de su chalet, completó su ciclo y escribió un libro.
En su promoción andaba empeñado cuando su editorial le hizo ver que en la novela se aludía a un asunto sobre el que las autoridades de su comunidad autónoma estaban empeñadas en una lucha de competencias jurisdiccionales.
--Si se lo pudiéramos hacer llegar al Presidente de la Comunidad y leyera el libro”, --le apuntó a mi amigo el editor—“ayudaría a su difusión”.
Como el amigo al que conozco de vista era paisano de un político pronosticado unánimemente de “prometedor” porque pese a su juventud era el tercero en la jerarquía de su partido, empleo una mañana en hacerle llegar dos ejemplares, uno para él y otro para su jefe.
Aunque lo hizo esperar una hora para la entrevista, salió de ella más contento que un tonto al que le hubieran regalado una candelita porque motu proprio, es decir sin que nadie lo hubiera empujado a ello, el político se portó como el Diablo con Cristo en el desierto.
De hecho, se portó mejor que el Diablo, o por lo menos con mayor generosidad porque a cambio de sus voluntarias promesas ni siquiera le pidió que lo adorara.
Prometió que el libro lo presentaría el Presidente de la Comunidad en la capital de la supradicha, que aparecería en el programa cultural de mayor impacto de la televisión regional, que iba a impulsarlo en todos los muchos medios a los que tenía acceso e,incluso, que lo leería.
Fue lo último que mi amigo supo del político prometedor que, evidentemente, nunca tuvo intención de cumplir las promesas que nadie le había pedido.
Con el paso del tiempo, mi amigo llegó a la conclusión de que su paisano, como todos los de su gremio, no era “prometedor” por las favorables perspectivas de su carrera, sino por exigencias de su oficio.
Porque “político prometedor”, descubrió, no es un eufemismo, sino una redundancia.