lunes, 26 de enero de 2009

VIVIR PELIGROSAMENTE

Ignoro si a los afortunados que viven peligrosamente les gustaría cambiarse por los condenados a una mansa vida subordinada, pero quienes estamos hastiados de la monotonía envidiamos a los protagonistas de la épica aventura de vivir.
Pasa inexorablemente el tiempo, nos quedamos en espectadores de gestas que otros interpretan y el tedio, sin darnos cuenta, diluye nuestros anhelos de gloria.
Ese veneno letal que para la fantasía es el realismo nos hace percatarnos de pronto de que ya es tarde para aventuras. Otras veces descubrimos que los ensueños que perseguíamos no eran más que falsas quimeras.
En el primero de los casos, dejamos de imaginarnos aguardando la pleamar frente a las costas del Guincho para penetrar por la rada de Estoril, superar la barra de Sao Juliao y, desde el submarino que capitaneamos, torpedear todos los navíos fondeados en Lisboa.
Esa sería una aventura salvaje y épica que solo podría acometer la intrepidez de un joven, y a la que un anciano prematuro como yo tiene que resignarse a renunciar.
Pero para espiar no hay límite de edad y ser espía puede ser tan satisfactorio, excitante y arriesgado como pirata sanguinario.
¿Quién no ha soñado con ser un James Bond y, emulando al agente de Su Majestad Británica y bajo el nombre castellano de Jaime Lazo, jugarse la vida sirviendo los intereses de Su Majestad Católica Don Juan Carlos Primero y de sus Españas?
Yo estaría dispuesto incluso a hacer el ridículo en la intimidad, sin que me desanimaran los gatillazos, con todas las espías enemigas a las que me viera obligado a seducir para realizar las misiones que se me encargaran.
De hecho, estuve a punto de ser espía porque fui muy buen amigo de Pachi Dezcallar y, cuando nombraron a su hermano Jorge Director del Cesid, consideré pedirle que me recomendara para espiar lo que hiciera falta.
Mi cortedad frenó solicitarle el favor, y ahora me alegro porque, gracias a la transcripción de los informes de los espías del Partido Popular que ha publicado el periódico El País, me he dado cuenta de que ser esa clase de espía no merece la pena.
Para dedicarme a tomar nota de la hora a la que coge el coche el espiado, a la que llega a su oficina, a la que sale para ir a comer y a la que vuelve, prefiero seguir como estoy.
Es mucho más excitante averiguar las concomitancias del compañero Obama con la socialdemocracia.