sábado, 28 de febrero de 2009

OBAMA NOS DEJA POR OTRA

Estaban tan acostumbrados a que el presidente de los Estados Unidos fuera uno de los suyos que los europeos no se han percatado todavía de que el moro Barak Husein Obama es de los otros.
Desde sus primeras iniciativas, el negro que para los europeos era la gran esperanza blanca frente al arrogante George Bush, les está mostrando que, al contrario que sus antecesores en el cargo, no comparte la herencia cultural europea.
Empezó por una insignificancia: su primera entrevista televisada la concedió a una televisión mora, su primer viaje al extranjero no fue a México, como litúrgicamente hacían sus predecesores, el primer periplo de su secretaria de Estado ha sido al extremo oriente y el primer gobernante extranjero que recibirá en la casa Blanca será un japonés.
¿Qué es Europa, pues, para Obama?
Ante todo, el vertedero idóneo para sus presos indeseables de Guantánamo y el inagotable fondo del que extraer dinero y soldados para su aventura en Afganistán.
La política exterior de Obama, por lo que indican los balbuceos de su presidencia, se va a centrar en regiones alejadas de Europa, lo que era previsible porque, desde que terminó la segunda guerra mundial, se vaticinaba que los intereses norteamericanos se desplazaban del Atlántico al Pacífico.
Le ha tocado hacer bueno ese vaticinio a Obama que, además, es de los pocos presidentes norteamericanos llegados a Washington desde la cuenca del Pacífico y no de la del Atlántico. Desde su Hawai natal quedan más cerca las costas de Asia que las de Europa.
Para el atavismo de sus raíces paternas, las preponderantes en un musulmán, atraen más a un keniata de las orillas del Indico los pueblos del oriente que los de la exótica Europa colonialista.
Europa además, para un norteamericano, es un aliado fiable y libre de conflictos, sobre todo desde que la Unión Soviética chaqueteó hace 20 años y dejó de cortejar y amenazar a las democracias europeas.
La amenaza a los Estados Unidos está ahora localizada en los gigantes adolescentes China, La India, Corea, Pakistán-Afaganistan, Indonesia y Japón, todos potencias nucleares, menos los dos últimos por ahora, políticamente inestables y exageradamente emprendedores en el comercio mundial.
Volviendo su mirada hacia el extremo oriente, además, los Estados Unidos no hacen más que recuperar sus orígenes imperialistas: las islas Filipinas que arrebataron a España más por incapacidad española que por méritos norteamericanos.
Bueno será recordarlo: El capitán general Primo de Rivera, penúltimo gobernador de Filipinas, salió de naja en el último vapor correo de Manila para salvar su prestigio, sus sedas, maderas preciosas y porcelanas pocas horas antes del ataque naval norteamericano. No había hecho absolutamente nada para impedir la inevitable derrota, salvo mandar sembrar minas falsas para engañar a los espías.
Los artilleros que en Corregidor, Pulo Caballo e Isla del Fraile, deberían haber estorbado la entrada de la flota del comodoro Dewey en la bahía de Manila, no dispararon porque estaban durmiendo con las nativas en tierra firme y no detectaron el paso de la flota enemiga.
La culpa de que Obama vuelque la atención de su política exterior en Extremo Oriente, es pues, cronológicamente y en primer lugar, de España, por haberles permitido iniciar allí su expansión imperialista y, en segundo lugar, de la Unión Soviética por haber dejado de ser una amenaza comunista para Europa.
Si los Estados Unidos nos dejan de lado y nos meten tachito con los de otras latitudes, no culpemos a la lozanía de su nueva amante, sino al poco atractivo de nuestra ajada belleza fondona.