lunes, 2 de marzo de 2009

SIGUEN SIN QUERER SER DE NUESTRA FAMILIA

Aunque parezca lo mismo, no es igual vivir con ilusiones que vivir de ilusiones. Lo primero hace más llevadera la amargura de la vida y lo segundo nos permite evadirnos de la amarga experiencia de vivir.
Encarar con ilusión la realidad es una actitud positiva que nos induce a intentar cambiar situaciones del entorno que nos resultan ingratas y vivir de ilusiones implica cerrar tozudamente los ojos a la imposibilidad de cambiar las situaciones que nos molestan.
Esa pertinaz ceguera voluntaria es agradable, pero impide a quien en ella se refocila hacer frente con realismo a un problema que es más placentero ignorar.
Es lo que nos pasa a los españoles con las Provincias Vascongadas, Euskadi, Euskal Herría o como cada cual prefiera llamar a esa parte de la península ibérica que agrupa a Vizcaya, Alava, Guipuzcoa y, para los irredentistas más convictos, toda o parte de Navarra.
Dicen los que viven de ilusiones que en las votaciones en las tres provincias vascongadas ganaron ayer los españolistas o, como resulta más fino denominarlos, los constitucionalistas.
A mí no me salen esas cuentas de la lechera: sumando a los más o menos independentista las 58.967 abstenciones (la diferencia entre las 634.833 de este año y las 575.866 de 2005) que podrían corresponder a los independentistas proetarras a los que la ley ha impedido presentar candidatos, me salen 591.692 vascos a los que la independencia les atrae más que la integración en España.
Los votos de socialistas, populares y los del partido de Rosa Diez fueron ayer 482.839, que prefieren a la independencia seguir formando parte de España.
Es decir, que haciendo abstracción de artificios legales, y aceptando la dura realidad de los números , la verdad pura y dura es que son 108.853 los vascos a los que les repele más que les atrae la idea de ser españoles.
¿Hasta cuando viviremos de ilusiones?
Cada cuatro años, con el encomiable empeño al que nos empuja nuestro amor a los vascos, los instamos a que se integren y formen parte de la familia española, con el mismo resultado de vernos rechazados.
Alguna vez, la dignidad del afecto no correspondido se sobrepondrá al amor imposible y nos daremos cuenta de que no sirve de nada intentar que forme parte de la familia quien no se siente parte de ella. ¿Cuándo?.