miércoles, 4 de marzo de 2009

TERTULIANOS

Ni con Abraham fue Yahvé tan generoso como con el polemista cartaginés Quinto Séptimo Florente Tertuliano porque,al igual que los descendientes del Patriarca, son numerosos como las estrellas del cielo,y los de Tertuliano, además, son sabios, célebres e influyentes.
No está claro si los de la casta de Tertuliano son tan inagotables como los de la de Abarahan o si, gracias al don divino de la ubicuidad, están simultáneamente en todas partes.
No hay duda de que poseen la rara calidad vegetal del perejil porque los descendientes de Quinto Séptimo son aliño imprescindible para todas las salsas.
Saben de todo: de la interrelación de ética y estética, de cambios de trayectoria en vehículos espaciales impulsados por combustible sólido, de técnicas avanzadas para capar grillos y de la capacidad redentora de la fe.
Su mayor eficacia, sin embargo, la tienen acreditada como pedagogos políticos y guías de votantes dubitativos, ávidos de decidir a qué candidato favorecer con su voto.
Basta para acertar escuchar atentamente al tertuliano y hacer lo contrario de lo que aconseje. No falla.
Todos, sin excepción, deben seguir normas rígidas para alcanzar el éxito: autosuficiencia en el tono de su discurso, aplomo en las respuestas a la pregunta del que dirija el debate y ocultar por todos los medios que, de lo que le han preguntado, como de casi todo, no tiene ni idea.
Hay dos técnicas dispares pero igualmente eficaces para que el tertuliano sea imprescindible y gane prestigio: coincidir plenamente con todo los que opinen lo mismo que lo que él defienda y no dejar hablar al que discrepe de su opinión.
Esos últimos, por lo general, son comunistas vergonzantes a los que por mucho que lo escondan todavía se les ve el plumero y que perfeccionaron su infalible recurso en seminarios de dialéctica en la vieja Universidad Patricio Lumumba de la añorada Unión Soviética.
Los más brillantes salpimentan generosamente las interrupciones a sus contrincantes con insultos personales y, además, dan lecciones de comportamiento democrático, como corresponde al buen totalitario.
Suelen ser esos tertulianos malencarados, maleducados, broncos, despectivos y soberbios: como si la dosis de mala leche que acumulan al mirarse cada mañana en el espejo para afeitarse o maquillarse les durara hasta caer, por la noche, en el sopor de sus bien merecidas pesadillas.