viernes, 6 de marzo de 2009

ABORTO Y FLAMENCO

Puede que la reforma de la ley sobre interrupción voluntaria del embarazo sea la iniciativa más delicada y de repercusión más duradera para la sociedad española de la segunda legislatura del gobierno socialista.
La responsabilidad de su aprobación recaerá en los 350 diputados que ahora integran el Congreso pero tendrá consecuencias que trascienden a su coyuntural composición.
La medida, en cuyo debate deberán tenerse en cuenta sensibilidades sociales, religiosas y culturales, además de razones biológicas, médicas, éticas e ideológicas, supone una tutela o intromisión del estado en convicciones íntimas.
Por el impacto que tendrá en generaciones futuras, debería tutelar la reforma quien sepa coordinar con prudencia todos esos condicionantes delicados.
La personalidad de alcances humanistas tan amplios, a la que el presidente del gobierno ha encomendado esa tarea, es Bibiana Aído, Ministra de Igualdad.
Licenciada en Dirección y Administración de Empresas, empleada durante diez meses en una entidad bancaria privada y durante otros tres meses en otro banco, fue candidata sin suerte en dos elecciones en su provincia, Cádiz, antes de que, en Febrero de 2003, la nombraran Delegada de la Consejería de Cultura en Cádiz y Directora de la Junta Andaluza para el Desarrollo del Flamenco de donde pasó, en Abril de 2008 y a los 31 años de edad, a Ministra de Igualdad..
A los que ignoran el inagotable caudal de filosofía empírica, de conocimientos de la sensibilidad y el sufrimiento humanos y de sabiduría biológica, medioambiental y social que el flamenco atesora, podría parecerles liviano el bagaje de Bibiana.
Se equivocan. El flamenco debería ser asignatura obligatoria para el que pretenda aliviar los sufrimientos del pueblo, y la ley de reforma de la interrupción voluntaria del embarazo tiene esa noble meta como fin: librar, a quien lo padezca, de los sinsabores de un embarazo indeseado.
“Qué son penas me preguntas
no te lo puedo explicar
las penas son del que sufre
y no son de nadie más”
Critican los que se oponen a la ley la escasa formación científica de la ministra:
“Pensabas que eres la ciencia
y yo no lo entiendo así
porque siendo tú la ciencia
no me has entendido a mí”.
¿Y cómo quejarse de no tener en cuenta al feto-embrión?:
“No niego que te he querío
lo que me pesa en el alma
es no haberte conocío”.
Se quejan, aludiendo al torpe magisterio de escolásticos medievales, que establecían una diferencia mayor entre el nacido y el no nacido que entre el nacido más afortunado y el más desgraciado, de que la tutela del nascituro debe ser preeminente en lo que se refiera al embarazo.
Pero, en la Edad Media, el hombre nacía para sufrir en esta vida y, así, merecer la felicidad de la vida eterna.En una sociedad democrática, ¿quién discute que es el placer el objetivo de la vida que, sin placer, no tiene sentido?¿qué placer puede esperar de la vida quien no tenga garantizada una alimentación equilibrada, ropa de marca, educación mediante la persuasión, vacaciones anuales y ocupación remunerada durante un máximo de 35 horas semanales?
Nacer, sin esas mínimas garantías, es condenar al sufrimiento al nacido.
“Acaba, penita, acaba
acaba ya de una vez
que con el morir se acaba
el penar y el padecer”.
La ley del aborto, dicen sus detractores, reducirá todavía más el ya peligrosamente bajo índice de fertilidad y amenazará la adecuada estabilidad de la población: no hay que preocuparse porque los índices de mortalidad infantil, ya en tasas aceptables, tienden a mejorar y, para renovar la población, queda el recurso de adoptar niños exóticos, mucho más “fashionables” que los nativos.
Entre las muchas insinuaciones maliciosas destaca la de que la ley, y su impulsora, ignoran sus aspectos negativos y los quieren enmascarar tras las supuestas ventajas de su entrada en vigor. No conciben que Bibiana Aido puede que esté haciendo de tripas corazón y sacrifique sus convicciones personales en favor de conveniencias generales:
“Yo no tengo más remedio
que agachar la cabecita
y decir que lo blanco es negro”.