jueves, 12 de marzo de 2009

LOS BANCOS, PARA CURAS Y POLITICOS

Cuando todos hablan mucho de algo es porque nadie sabe de lo que habla, y no hay mejor botón de muestra que la catarata de palabras derrochadas sobre la crisis económica desde que dejaron de atar los perros con longanizas.
Como la restricción de créditos por parte de la banca ha sido una de las manifestaciones más tangibles de la famosa crisis, algunos de los que la padecen, inevitablemente, reclaman la nacionalización de los bancos.
El movimiento reflejo de los banqueros no se ha hecho esperar, como ocurre con el estornudo tras el picor en las cavidades nasales, y protestan que eso de la nacionalización es una tontería.
Uno de esos protestantes interesados,Miguel Martin, Presidente de la Asociación Española de Banca, aleccionó nada menos que a los Diputados de la Comisión de y Economía de Hacienda sobre la prudencia que guía a los banqueros para conceder con cuentagotas los préstamos que les solicitan.
El banquero Martín justificó la actual racanería crediticia por la “cada vez mayor morosidad” en la devolución de los préstamos.
Puede ser, pero en Febrero de 2007, cuando le pedías a un banco un crédito de cien y te ofrecían prestarte 120, la tasa de morosidad representaba el 1,12 por ciento de la totalidad del crédito bancario concedido en España.
En Diciembre de 2008, cuando hacía meses que a los banqueros tenías que darles en el codo para que te dieran la mitad del crédito que les pedías, la morosidad era ya del 3,286 por ciento.
Como uno no es tan listo como el señor Martín, sospecha que la restricción crediticia no se ha adoptado para limitar la morosidad, sino que la morosidad la ha incrementado la restricción crediticia.
El miedo a que el Estado meta sus pezuñas en la Economía nos había convertido a algunos en defensores intuitivos de la menor intromisión posible de la política en actividades que desempeña mejor sin tutela estatal la sociedad civil.
Pero, como las defensas de Jericó cayeron a trompetazos, el temor al Estado se ha esfumado ante la evidencia de que ha sido la falta de control sobre los excesos del mercado lo que ha empozoñado la virulencia de la crisis.
Hay que volver a los orígenes remotos para enderezar el desaguisado, aunque haya que echar la vista atrás hasta el año 1179, y recuperar lo que nos mandó el concilio de Letran: “ordenamos que los usureros manifiestos no sean admitidos a la comunión y que, si mueren en pecado, no sean enterrados cristianamente y que ningún clérigo les acepte sus limosnas”.
Cuánta razón previsora tenía Santo Tomás al defender la gratuidad del préstamo y calificar de injusticia el cobro de intereses. Diecisiete siglos hemos tardado en darnos cuenta, pero nunca es tarde para rectificar.
Reestructuremos urgentemente la actividad bancaria. Que el acreedor pague, por encima del porcentaje con que el banquero retribuya los fondos que le confíen, solo lo que represente el costo del manejo burocrático de sus operaciones.
Y, ante todo, hay que retirar a los particulares de las actividades bancarias y confiarlas al Estado o/y a la Iglesia. Aunque cueste admitirlo, los políticos y los curas son mucho más fiables que los banqueros.