viernes, 20 de marzo de 2009

LA PLAZA DEL SOLDADO

A la Plaza del Soldado se accede por un pasadizo desde la Avenida de mayor densidad de tráfico automovilístico que circunda el pueblo, en el Valle del Guadalquivir.
Por la plaza no circulan coches. En los veladores de un par de terrazas, los hombres toman refrescos y hablan por el teléfono celular, mientras esperan que sus esposas regresen con sus hijos, cuando terminen de jugar en un recinto de bolas de plástico, con todas las aristas enguatadas para evitarles golpes.
Hay parejas que conversan con otras con las que se topan, en el ameno paseo que circunda la mancha de césped central en la que han erigido una losa de granito gris en la que una placa explica su significado.
Es homenaje, alecciona, a un legionario hijo del pueblo que, en 1993, murió en Bosnia en una misión de la ONU.
A algún viejo que, arrastrado por sus nietos ha ido a parar a aquella Plaza del Soldado de aquél pueblo del Valle del Guadalquivir, la losa y la placa le recuerdan la Cruz de los Caídos que los vencedores de la Guerra Civil habían levantado en la Plaza Central del pueblo.
A medida que el paso del tiempo fue diluyendo el fervor de la Victoria, la Cruz de los Caídos fue relegada a un emplazamiento más discreto hasta que, desmontada y desprovista de la lápida con los nombres de los vencedores muertos, se ha instalado en el cementerio.
En el pueblo del Valle del Guadalquivir, la represión contra los vencidos fue particularmente sanguinaria y las cicatrices que la guerra dejó en la memoria todavía supuran.
Puede que el rencor tarde en desaparecer pero, a la vista del recuerdo al soldado muerto en una tierra extraña, como consecuencia de los odios que sembró la confluencia en la antigua Yugoslavia los de los intereses de austríacos, turcos y rusos, espanta el sinsentido de su muerte y la poca relación con su vida y con la de sus compatriotas.
Los hijos del pueblo del Valle del Guadalquivir muertos en la guerra civil española no tienen monumento recordatorio, aunque todos cayeron defendiendo lo que, con igual honestidad, creían que merecía la pena morir por hacer del suyo un país mejor.
Cuando en el pueblo del Valle del Guadalquivir se erija un monumento común que recuerde a los muertos de los dos bandos enfrentados y los amortaje en la compasión y la piedad compartida, la Guerra Civil habrá quedado instalada, como le corresponde, en la historia,