lunes, 18 de mayo de 2009

EUROFESTIVAL Y DESANIMO

No pretendo comparar el abatimiento en que se sumieron los españoles tras la pérdida de Cuba con el que cada año los aflige tras el Festival de Eurovisión, porque el primero apesadumbró a menos de la mitad que el segundo.
El que desencadenó lo de Cuba pudo afectar a dieciocho millones y medio de personas. Las víctimas posibles de lo de Eurovisión son 46 millones.
En cuanto a la gravedad de cada uno de esos desórdenes anímicos, depende de lo a pecho que se lo tomara el apenado.
Se publicaron sesudos tratados, se crearon escuelas de pensamiento y se hurgó en el alma colectiva de los españoles para explicar, diagnosticar y superar lo de Cuba.
El padre del regeneracionismo, Joaquín Costa, se largó su “Crisis política de España. (Doble llave al sepulcro del Cid)” y, aunque sus herederos—los de la generación del 98— se volvieron hacia la almendra de España, que es Castilla, todos coincidían en que había que ver lo bien que estaba el libro.
Este humilde servidor de ustedes, en sus “Sentencias Salomónicas para doce problemas humanos y para uno divino”—un librito que analiza y resuelve todos los problemas de la Humanidad—advertía en 2007 sobre lo de eurovisión, y nadie hizo caso. Así nos fue y así nos irá.
En esencia, el premio de eurovisión lo enfocamos como un objetivo en sí, y no como una oportunidad: la de que los europeos conozcan la belleza de nuestra música, el hondo significado de nuestras añejas costumbres y el peculiar sustento popular de nuestra cultura.
Nos emperramos en mandar gente que cante el mismo tipo de baladas que los demás, con la misma escenificación de los otros y, como no tenemos más vecinos que Andorra y Portugal, son los únicos que nos votan.
Pero está visto que no sirve disolvernos en el conjunto renunciando a lo que nos hace diferentes para mimetizarnos tanto con Europa que dejemos de parecer españoles.
¿Qué hay que hacer, entonces?
Que sea una comunidad autónoma la que, por orden alfabético, seleccione cada año lo mejor de su música tradicional, para que represente a toda la nación española.
Andalucía, la primera por orden alfabético, debería mandar un gitano sesentón y gordo que, con voz cascada, cante una soleá con el único acompañamiento de un guitarrista canijo y una pareja de baile limpia, pero normal: nada de ninfas ni efebos.
¿Escenario? Un telón blanco con un reloj sin manecillas.(Los intelectuales, que todo lo explican, dirían que representa la inmutabilidad del tiempo y la intrascendencia del presente)
Que Aragón mande una agrupación de joteros, ellos todos con sus cachirulos, sus garrotas y sus fajas ciñendo las orondas barrigas y, ellas, dejando ver el albo polisón bajo las aladas faldas.
¿Y la agrupación de muñeiras que, animada por los aturuxos, el gemido de la gaita y el golpeo sincopado del tamboril muestre a los europeos que hay fiestas que nada tienen que envidiar a la monotonía americanizada que cada año padecen?
Que los del País Vasco enseñen a los europeos la bravura del zortzico mientras un par de aizkolaris les demuestran cómo se cortan troncos, o que los de La Mancha los amaestren en las faenas de su campo, haciendo que una mula torda dé vueltas sobre la parva al compás de un cante de trilla.
Y que nadie proteste si tampoco gana España así el festival de Eurovisión porque, copiando baladas americanizadas, no nos comemos una rosca.
Peor no puede irle a España exhibiendo lo genuino de su música y, además, no pueden acusarnos de fomentar los inconvenientes de la globalización que, tenerlos, los tiene.