lunes, 6 de julio de 2009

LOS RESIDUOS DE LA FALANGE

En vísperas de que se cumplan 73 años de la sublevación militar de Franco que originó su Estado Nacional Sindicalista es inevitable la evocación del suceso y la meditación sobre los residuos de su herencia.
De la Dictadora a la Democracia, los cambios más evidentes se han operado en la forma de la Jefatura del Estado, representación en las cortes, elección de gobiernos, organización administrativa del estado, libertad sindical e implantación del sufragio universal.
Por su envuelta exterior, el Estado actual parece radicalmente diferente del que el Caudillo, con metódica minuciosidad, forjó a voluntad.
¿No queda entonces ningún vestigio del nacionalsindicalismo de Franco? ¿Se han esfumado los ideales falangistas que Franco adoptó como fundamento filosófico de su Estado?
Una somera reflexión lleva a una conclusión ambigua: la pretensión falangista de forjar una sociedad nueva pervive en unos casos y, en otros, ha fracasado.
Proclamaba la Falange que el hombre es portador de valores eternos, y el español contemporáneo demuestra día a día que sigue convencido de esa verdad.
Basta observar la solemne circunspección con que encaran la vida pública, particularmente en lo que atañe al debate político.
Los que no se revisten de pontifical para encadenar solemnes juicios trascendentales cuando hablan hasta de las ocurrencias más chuscas de los políticos son, para quien los escuche o lea, ciudadanos frívolos o chisgarabís poco de fiar.
Hay palabras sacramentales (democracia, estado de derecho, justicia social, igualdad, responsabilidad social) que hay que pronunciar con la mitra calada o con el fajín de estado mayor bien ceñido.
Si pudiera escucharlos, José Antonio Primo de Rivera se sentiría orgulloso de la gravedad del tono de sus compatriotas al hablar de política, fruto de su convencimiento de que son portadores de valores eternos.
Un residuo de la doctrina falangista, pues, plenamente vigente.
Pero, ¿y el proyecto de transformar este país adusto y hosco en una España faldicorta?
En eso, el propósito de Primo de Rivera ha sido un fracaso notorio.
Como prueba, la actitud de los españoles contemporáneos ante el Forrest Gump que gobierna: en lugar de celebrar la habilidad de su razonamiento, que le permite condensar en una misma frase tesis y antítesis, lo critican por sus contradicciones.
O su incongruencia al pretender hacer de este país crónicamente belicoso un adalid de la alianza imposible de civilizaciones, propugnar en Honduras la concordia fomentando la discordia o proponer solución a los problemas extranjeros mientras encona los nacionales.
Y los habitantes de la España faldicorta que Primo de Rivera proponía se siguen tomando en serio al que los gobierna.