domingo, 2 de agosto de 2009

ESPAÑA: LA PESADILLA DEL TITANIC

En estos días de vacaciones estivales se escucha en la festiva España la letra sincopada de las canciones de “Infinity” y se tararean las de Carlos Baute, que trasladan a los veraneantes a mundos que nada tienen que ver con el que dejaron atrás, al escapar de la obsesión de la crisis.
Pero esas melodías de tiempos de desenfado presagian el patético fatalismo de los ocho músicos de la Wallace Hartley Band, al ejecutar “Nearer, my God, to Thee” (Más cerca, Dios mío, de Ti), que el hundimiento del Titanic les impidió terminar.
Edward John Smith, capitán del Titanic, pasó a la historia tras el naufragio de su barco, como lo hará José Luis Rodríguez Zapatero si la economía española se va a pique por el desastre económico en que zozobra desde hace año y medio.
El capitán Smith tenía su chivo expiatorio en Bruce Ismail, presidente de la compañía propietaria del barco, que no le permitió reducir la velocidad del Titanic para que pudiera sortear los icebergs que, según avisos, se cruzarían en su ruta.
Desde el día 13 y hasta que a las 23,45 del 14 de abril de 1912 chocó con el iceberg que hundió al Titanic, el capitán Smith recibió e ignoró dos docenas de advertencias sobre el peligro que lo amenazaba.
Eminentes expertos en economía, prestigiosos gabinetes de estudio de organismos nacionales y extranjeros, y tanto sus adversarios como los correligionarios políticos que se atreven, llevan más de año y medio aconsejando a Zapatero que cambie la política económica de su gobierno.
El presidente del gobierno español hace tanto caso de esas advertencias como hizo el capitán del Titanic con los que le enviaron sobre el peligro de los icebergs.
El comandante del Titanic, al menos, intentó reducir la velocidad de su barco pero se lo impidió el armador, ansioso por establecer un record en la travesía marítima del Atlántico.
El choque dejó en evidencia que el Titanic no era insumergible. La tozudez de Zapatero, si sigue ignorando las advertencias de inminente peligro de hundimiento de la economía española, desmentirá sus pronósticos de bienestar ilimitado.
¿Hay algún Bruce Ismail que, como el armador del Titanic le impidió al capitán Smith reducir la velocidad de su barco, prohíba a Zapatero cambiar la política de su gobierno?
Si lo hubiera, culpa suya sería permitírselo. Si el presidente del gobierno es el único responsable, a este barco que se llama España le vendría bien un navegante más experto que evite la catástrofe, antes de que las olas silencien la música de la Wallace Hartley Band.