martes, 18 de agosto de 2009

TRINIDAD NO NOS DEJA

Si al diagnosticar que la sociedad española está madura hubiera querido decir que ha alcanzado la sensatez que hace innecesario que la guíen, estaríamos de enhorabuena.
Pero cuando Trinidad Jiménez dijo lo que dijo pensaba que la sociedad española ha alcanzado ya el punto de sazón que aconseja devorarla antes de que, como la fruta madura, se pase de punto.
Ay, Trinidad de mis pecados, con lo bien que estabas recuperando para España los reinos perdidos de América, te tuvieron que repatriar para que nos anuncies que nos dejas sin fumar.
Tu partido, al que no le gusta el ciudadano como es y se empeña en cambiarlo, te ha designado para que aprietes más la tuerca y nos transformes en lo que queréis que seamos, impidiéndonos seguir siendo lo que somos.
No hay mal que por bien no venga porque, a fuerza de prohibiciones, os estáis quitando la careta con que los de izquierdas se disfrazaron para hacerse pasar por paladines de la Libertad.
Porque, sagaz, hermosa, sensual, honesta y lúcida Trinidad, no ignoras que cada prohibición es una mutilación de la libertad y que, si los socialistas continuáis el frenesí prohibicionista y transformador de los españoles que tan esforzadamente habéis emprendido, no vais a dejarnos más que una libertad: la de votar.
Y hasta esa libertad, que algunos nos empeñamos en no ejercer, es condicional porque por presión, soborno o inducción, canalizáis las papeletas a la urna socialista, privando al sufragio de lo indispensable para que sea moralmente válido: la libertad.
Y, ¿sabes Trinidad lo peor? Que los que habéis combatido con tanta brillantez dialéctica las contradicciones del capitalismo y de la superstición estáis demostrando que os habéis contaminado de sus vicios.
Acuérdate cuando culpabais a la Iglesia Católica de empeñarse en que fuéramos al cielo pese al derecho de cada uno de ir voluntariamene al infierno.
Tú te empecinas en que los que conscientemente arriesgamos nuestra salud fumando, dejemos de fumar.
Como lo curas que prohibían el fornicio a los que tenían la oportunidad de fornicar, aunque al hacerlo supieran que cambiaban un instante de placer terrenal por el tormento eterno en el Más Allá.