miércoles, 28 de julio de 2010

LOS TOROS, PROBLEMA CATALAN RESUELTO

Entre Enero y Marzo pasados, según los resultados del barómetro que en este mes de Julio publicó el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), un 51,5 por ciento de los catalanes creía que el paro era su más aguda preocupación.
De lejos, y por orden decreciente, la inmigración (7,3 por ciento) y sus políticos (7,1 %) eran las preocupaciones más acuciantes de los catalanes.
Puede que quienes elaboraron la encuesta y sus preguntas fueran unos ineptos y que ignoraran qué preguntar y a quiénes les preguntaban porque ni se les ocurrió interrogarlos sobre un problema tan acuciante que ya ha dejado de serlo: la celebración de corridas de toros en Barcelona.
Como, en todo en ésta vida, caben dos posibilidades: que el CIS no sepa hacer encuestas o que los políticos, a los que se destinan sus resultados para ayudarles a resolver las inquietudes de la gente, ignoren esa herramienta, supuestamente útil.
Si el primero es el caso, suprímase el CIS y todos los gastos que su mantenimiento representa, en éstos momentos de crisis.
Si el caso es el segundo, suprímase a toda la clase política que, en lugar de resolver los problemas que la gente tiene, se inventa triquiñuelas para que se olviden de los que les preocupan y que son incapaces de resolver.
Como no se debe ser tajante ni dogmático en un Estado Democrático de Derecho, puede que el Pueblo, por mucho que se halague su sabiduría, no tenga ni idea de lo que quiere, ni sepa a ciencia cierta lo que le conviene.
En ese caso, seamos audaces y cortemos por lo sano: que el Pueblo sepa que en éste de ahora, como en cualquier régimen político pasado y futuro, lo que le corresponde es obedecer a quien mande, aplaudirlo mientras mande y denigrarlo cuando pierda el poder.
Y pagar impuestos, naturalmente.

viernes, 16 de julio de 2010

QUE DEJEN LO DE CATALUÑA PARA DESPUES DEL VERANO

Proclamarse orgulloso de pertenecer a un país en el que se nació por azar y no por propia voluntad es un misterio que, hasta en las condiciones ambientales más propicias, sería incapaz de dilucidar el hombre.
Vano intento comprender, agobiado por los rigores estivales con que Dios castiga nuestras culpas, las razones por las que los catalanes quieren dejar de ser españoles tanto como los españoles se empeñan en que sigan siéndolo.
Uno, en su modestia, nació por azar en un pueblo del Valle del Guadalquivir, casualmente de la provincia de Córdoba, en una región conocida por Andalucía, de un país llamado España, enclavado en Europa, uno de los continentes del planeta Tierra.
Nadie me preguntó si quise nacer ni si hubiera preferido hacerlo en otro sitio, acepto lo que me tocó en suerte y asumo todo lo que, antes de mi nacimiento y sin mi concurso, predeterminó las circunstancias de mi llegada a esta tierra, cruelmente tórrida en verano y glacialmente húmeda en invierno.
Por genética, formación, experiencia o casualidad, valoro más la libertad que la igualdad, por lo que concedo el derecho de los catalanes a no ser españoles y de ser solamente catalanes.
Entiendo menos que los españoles se empecinen en que los catalanes sigan siendo españoles aunque no quieran, sobre todo porque la pertenencia a una familia deberían decidirla libremente cada uno de sus miembros.
Si de algo sirve la súplica de este humilde nativo de Palma del Río, de la provincia de Córdoba, de la región Andalucía, del país europeo España, uno de los demasiados de éste planeta Tierra, que españolistas y catalanistas dejen de incordiar, por lo menos, mientras duren las calores.
Cuando el otoño llegue y el clima amable nos permita distraernos con tonterías como el límite de las naciones, que los catalanes vayan con Dios si quieren y que encuentren a donde vayan la misma felicidad en que nos dejen.
Yo les garantizo que, si de mí hubiera dependido, Fort Sumter no habría pasado a la Historia por lo que lo hizo el que guardaba la bahía de Charleston.

viernes, 2 de julio de 2010

ZAPATERO, MEROVINGIO

Además de recurso para redimir deslices por desenfrenos sensuales, la autoflagelación sería un pasatiempo inocuo, si los españoles dosificaran la penitencia.
Quien tache de frívolo y veleidoso a José Luis Rodríguez Zapatero se autodefine, por contraposición como sólido y formal aunque, al elegirlo, lo hiciera porque representaba el arquetipo de ciudadano que deseaban imitar.
La mayoría estimó que era el que mejor sintetizaba las virtudes que, en el que gobierna, buscan los gobernados. La contumacia al reelegirlo descarta la posible queja de que lo hicieron engañados porque habían tenido cuatro años para desenmascarlo.
Así que todas las críticas a Zapatero no son más que hipócritas disculpas de quien no quiso ver lo que ahora es imposible ignorar.
Pero la habilidad de Zapatero para “agachar la cabecita y decir que lo blanco es negro” de la bulería de Porrina de Badajoz, ¿es o vicio o virtud?
A lo mejor, ni lo uno ni lo otro, sino un recurso útil para conseguir un fin perseguido, propio del político lo mismo que, según Giuseppe Verdi, la mujer es voluble por naturaleza.
¿Es más voluble José Luis Rodriguez Zapatero que lo fue Clodoveo, el primer franco de la dinastía merovingia, y providencial diseñador de la Europa actual?
Clodoveo, cuando se creía irremediablemente derrotado en la batalla de Tolbiac contra los alamanes, y ya resignado a perder su reino, prometió que se convertiría al cristianismo que había perseguido sañudamente hasta entonces, si alcanzaba la victoria.
Ganó y, fiel a su promesa, se hizo bautizar en Reims por el futuro San Remigio que, invocando el tradicional apelativo de los francos, lo amonestó: “Orgulloso sicambro, inclina tu frente. Adora lo que quemaste y quema lo que adoraste”.
Si hubiera conocido la frase, Zapatero la habría relacionado con los argumentos con que Angela Merkel lo convenció de que el decretazo de mayo pasado era su única posibilidad de ganar su particular batalla de Tolbiac.
Esa eterna dialéctica femenina que combina magistralmente promesas y rechazos, y que cuando ya no tuvo más remedio obligó a Zapatero a agachar la cabecita y decir que era blanco el liberalismo que tan negro le parecía, tiene también antecedente femenino en el sicambro Clodoveo, como si Plutarco se empeñara en acollerar al presidente leonés y al rey merovingio cuya católica esposa, Santa Clotilde, lo instaba sin descanso a abandonar el paganismo y abrazar el cristianismo,