jueves, 7 de enero de 2010

LA EUROPA DE JOSE LUIS

Que desdeñe las protestas demuestra que está convencido de la bondad de sus decisiones, aunque quienes sufran las consecuencias se empecinen en criticarlo.
Su insobornable tenacidad al ignorar los consejos de quienes creen que saben, sin saber lo que solo conoce el responsable de guiar a los demás, demuestra la reciedad de su carácter.
Es un mártir incomprendido. Es un adelantado al tiempo en que sus coetáneos están condenados a vivir. Es José Luis, el hombre providencial que, aunque con apellido de humilde artesano de la lezna y la chaveta, tiene la ingrata misión de presidir el gobierno de España.
Como los de Cristo en Nazarét y los de Mahoma en Medina, los paisanos españoles de José Luis son reacios a reconocer su genialidad, aclamada en Europa y en los más remotos lugares del planeta.
Pero no todos los europeos admiten la supremacía moral de José Luis al que, si lo hubieran bautizado con otro nombre, podría haber aludido el discípulo amado de Cristo cuando hablaba del Bautista en el sexto versículo del primer capítulo de sus Evangelios: “hubo un hombre enviado por Dios que se llamó Juan”.
Los envarados ingleses de ese pretencioso panfleto económico “Financial Times” se quejan en un editorial de que José Luis conceda prioridad en sus tareas de presidente semestral europeo al impulso ético, filosófico y moral de la Unión Europea, como lo contempla el Tratado de Lisboa, en lugar de mitigar los efectos de la crisis económica.
José Luis ha sabido minimizar en España los daños de esa crisis y podría haber aplicado sus sabias recetas a Europa pero ¿por qué derrochar sus talentos en nimiedades materialistas, si la codiciosa Europa lo que precisa de verdad es el soplo de la espiritualidad y la solidaridad vivificadoras?
Aunque los europeos no se percaten, lo que de verdad necesitan es encarar un futuro de hermandad. Les urge hacer justicia a los que perdieron contiendas civiles en cada uno de sus países, conceder subsidios universales a los ciudadanos para que, libres de la esclavitud del trabajo, forjen lazos de hermandad con quienes se declaran sus enemigos.
José Luis será feliz si, cuando en Junio termine su período presidencial, los mahometanos, animistas, budistas, taoistas, hinduistas y judios son acogidos en una Europa sin rastros del imperialismo cristiano que los oprimió.
La sociedad europea, gracias a José Luis, será más moderna porque favorecerá toda clase de matrimonio que no tenga el nacimiento como consecuencia: hombre con hombre, mujer con mujer, mujer o hombre con muñecos hinchables, mascotas de compañía, androides electrónicos y robots de gutapercha.
Los europeos vivirán una era desconocida de paz, porque cederán a todas las exigencias de sus hermanos extracontinentales y se impulsará la Alianza de Civilizaciones, sobre todo con gobiernos de estados que, por mandato de sus religiones oficiales, rechacen la conciliación de sus dogmas con dogmas de otros, evidentemente falsos.
Esa será la Europa que dejará José Luis en herencia cuando termine su presidencia europea: un calco de la Arcadia feliz, etérea, espiritual, democrática y progresista que ha forjado en España.