domingo, 17 de enero de 2010

DIOS MIO, QUE SOLOS SE QUEDAN LOS MUERTOS

Esta izquierda sectaria, que con tanta tenacidad se empeña en torcer la voluntad de los españoles vivos, se atreve y logra enmendar también la de los que ya han muerto.
La muerte era hasta ahora el santuario del que prefería perder la vida antes que su libertad. La izquierda española viola hasta esa barrera.
Como la muerte es una frontera infranqueable, la izquierda recurre a coacciones morales y a presiones tácitas contra los designados por el muerto para que renuncien a lo que decidió en vida.
Y lo consigue.
Ha bastado que la treintañera Laia Ortiz, portavoz de la izquierdista Iniciativa por Cataluña-Los Verdes, tuviera la ocurrencia de que los Príncipes de Asturias desistan de la herencia del mallorquín Juan Ignacio Balada, para que la Casa Real anuncie que se hará como desea la ex alumna de las monjas de Jesus i Maria de Sant Andreu.
Si hasta la Casa Real reconoce la rectitud moral de la izquierda, ¿qué pueden hacer los españoles del montón sino acatarla?
Lo mejor para la aparentemente inevitable dictadura izquierdista es seguir la clásica recomendación frente a la violación: relajarse y disfrutarla.
Que se formen filas tan interminables como ante las oficinas del INEM a las puertas de las sedes de los Partidos Socialista y Comunista mendigando la afiliación urgente, para reclamar en un futuro próximo los privilegios de camisa vieja del régimen inminente.
Si ya ni la voluntad de los muertos está a salvo, ¿qué pueden ofrecer los vivos para que los dejen vivir en paz, sino someterse a la voluntad de los que van a mandar?
Hasta la paz eterna les han quitado. Cuando les enmiendan hasta el testamento es cuando, de verdad, hay que lamentar: Dios mío, qué solos se quedan los muertos.