martes, 9 de marzo de 2010

ESPAÑA Y SU IDENTIDAD

Mal van las cosas cuando no van bien y en España han ido rematadamente mal en los últimos tres mil años, salvo en esos efímeros lapsos en los que la euforia por un triunfo deportivo, el descubrimiento casual de un Mundo Nuevo o la victoria inesperada contra un invasor invencible descubrió a los españoles un destino común.
Los fulgores épicos escasean en la rutina histórica por lo que, en un cómputo benévolo de los pasados tres mil años, no llegan a 365 los días en que los españoles se identificaron como parte integrante de un mismo pueblo.
Los 2.999 años restantes, la mitad de los españoles se dedicó a que la otra mitad se resignara a la identidad que pretendían imponerles.
Con esto de las autonomías el problema se ha multiplicado por diecisiete.
Baste como muestra el zipizape que suscitó la vasca Rosa Díez al referirse al carácter supuestamente definitorio de la identidad del individuo oriundo de Galicia.
Por eso, es imprescindible consensuar la identidad del español como individuo, antes de acometer la tarea de definir al español como pueblo.
Lograremos poner los bueyes delante de la carreta para que, de una vez por todas, las tribus que usufructúan el medio millón de kilómetros cuadrados de la actual España funcionen armónicamente como pueblo.
Hay un método infalible para que, en la intimidad infranqueable de la única libertad inviolable, la del pensamiento, cada uno de los 46 millones de ciudadanos con nacionalidad española se sincere consigo mismo y averigüe si se identifica como español.
Que cada uno, a solas y sin compañía de otros, coloque ante su vista una estampa del cuadro “El Entierro del Conde de Orgaz”. Si se siente identificado con alguno de los solemnes personajes taciturnos, trascendentes e impecablemente engolados de la parte inferior del cuadro, es indudablemente español.
El retrato del Caballero de la Mano en el Pecho es también una piedra de toque idónea para calibrar su genuina españolidad. Mientras más identificado se sienta con el modelo, más español será.
Porque cada cual es como quiere aparecer ante los demás y los españoles son solemnes, taciturnos, dramáticos y siempre a punto de presentarse ante Dios Padre.
El español tiene derecho a reírse de los demás, pero les niega a los demás el derecho a que se rían de ellos porque todavía no han aprendido a reírse de ellos mismos.