jueves, 11 de marzo de 2010

LA IDENTIDAD DEL ESPAÑOL

Escampó de forma tan inesperada después de tres meses de lluvia incesante que el desconcierto cundió entre los habitantes del pueblo del Valle Medio del Guadalquivir, habituados a resguardarse día y noche de los aguaceros.
Salomón Cabeza Sagaz, apodado Alfonso Décimo, era uno de los ofuscados porque, sin la más perentoria de sus preocupaciones de los noventa días pasados, se sumió en honda melancolía.
Taciturno e introspectivo crónico, Salomón autodiagnóstico su trastorno como fase inicial de mutación identitaria.
--“Que con tanta agua”—les aclaró a sus acólitos cuando le preguntaron qué le pasaba—“he dejado de sentirme batracio, para convertirme no sé si en bicho de pelo o de pluma”.
Ya en la añorada época diluvial, aparentemente superada, a Salomón le había dado por leer y escuchar todo lo que se había dicho y escrito sobre la identidad de los españoles y sus regiones, a propósito de unas declaraciones de la vasca Rosa Diez sobre los gallegos.
Había llegado a la conclusión de que el pueblo español del que formaba parte lo integraban individuos solemnes, pomposos, grandilocuentes, propensos a ridiculizar a los demás e incapacitados para reírse de ellos mismos.
--Los españoles somos aficionados a contar chascarrillos porque, al carecer personalmente de la originalidad del humor, repetimos la ironía prestada de los chascarrillos. Como no tenemos gracia, repetimos la gracia que a algún desconocido se le ocurrió”.
Pero Alfonso Décimo, conspicuo observador de todo lo que lo rodea, anda últimamente elaborando una teoría sobre el cambio de identidad que se está operando en los españoles, como consecuencia de la evolución del medio en que vive.
--“Hasta que el Caudillo se fue a descansar a la residencia que se había hecho en Cuelgamuros”—aleccionó a sus contertulios—“el hambre endémica había forjado el carácter de los españoles y los hizo atrevidos, osados, trabajadores y siempre preocupados por ganarse la vida”.
--“Pero la Democracia llegó con la opulencia bajo el brazo y, entre las construcciones en la playa y las subvenciones estatales, el español se liberó de la necesidad de trabajar y ya no lo hacen ni los inmigrantes”.
--“Entonces”—tiró por derecho El Ditero—“¿qué somos?”.
--Si fuéramos capaces de pensar por nosotros mismos, bastaría citar a René Descartes para justificar nuestra existencia porque es el pensamiento lo que justifica al francés, que puede quedar tranquilo al afirmar, “Cogito, ergo sum”.
“Los españoles, que si no están en paro perderán pronto sus empleos, podrán decir: “vaco, ergo sum”, que en una traducción entendible significaría algo así como “no le doy un palo al agua, luego existo”.