jueves, 8 de abril de 2010

EL GOTTERDAMMERUNG CUBANO

Se erigen en portavoces de sus pueblos sin consultarles su opinión, eliminan a quienes sospechen que amenaza su poder y solo toleran a los que los aclamen.
Son los tiranos, que se arropan en los tiranizados solo cuando quieren arrastrarlos en su caida.
Todos los tiranos son iguales, aunque difiera la máscara ideológica con la que disfrazan su tiranía.
Tan tirano como el nazi Hitler fue el comunista Ceaucescu. Franco hablaba por los españoles, a los que nunca consultó lo que pensaban, y Sadan Hussein llevó de una guerra a otra a sus compatriotas hasta la destrucción de Irak.
La tiranía hereditaria de Cuba sigue los mismos pasos: Raul, el tirano heredero de su hermano Fidel, avisó el domingo que el pais “prefiere desaparecer” antes que ceder a las demandas de democratización del régimen, implantado hace más de medio siglo.
Si no fuera por el sensual carácter de los cubanos, la pródiga exuberancia de su vegetación y la vital creatividad de sus habitantes, el Gotterdammerung con que amenaza Raul sería una copia del Ocaso de los Dioses de los nibelungos.
Hitler, cuyo fanatismo por el poder solo se parecía a su pasión por los mitos de Wagner, montó para su caída en Berlin el escenario por el que suspiran los Castro en La Habana: la muerte de un pueblo, como expiación por la fallida infalibilidad de su tirano.
Fidel y Raul pretenden, como Sigfrido y Brunilda, que el fuego fatuo consuma y purifique su memoria sobre la pira mortuoria, mientras al fondo arde La Habana como el Valhalla, la morada de los dioses cubanos que no supieron estar a la altura de sus dirigentes.