martes, 5 de octubre de 2010

ZAPATERO, CALVINISTA

Lo ha dicho Zapatero, y punto en boca: la prueba de que Tomás Gómez era el mejor es que ganó las primarias de Madrid.
Si lo que dijo el presidente del gobierno español coincide con lo que piensa—en caso de que, por una vez, haya pensado lo que dijo, sostenga y no enmiende lo que su boca pronunció como traducción de lo que su corazón siente—tenemos por presidente del gobierno a un consumado calvinista.
Porque los calvinistas sostienen que el éxito personal es un claro indicio de la predestinación de los escogidos y, el fracaso, prueba de que Dios les había dado la espalda desde antes de nacer.
Y si Zapatero piensa que Tomás Gómez demostró con su victoria que era el mejor, ¿por qué no acepta el juicio divino favorable a las armas del fascismo en la guerra civil, y se empecina en torcer la predestinación de Franco y sus muchachos, enmendando la Historia con la Ley de Memoria Histórica?
Este Zapatero conoce el viejo proverbio falsamente atribuido a Eurípides de “aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco” y se ha empeñado en destruirnos porque ya está a punto de volvernos majaretas.
Empezó llamando hombres de paz a los mismos etarras que después encarceló por ser enemigos de la convivencia, se enfadaba cuando oía la palabra crisis para que después no se le cayera de la boca , menospreciaba la conveniencia de reducir el déficit para después dedicarse en cuerpo y alma a luchar por eliminarlo y, aunque hasta ayer era el campeón de los desprotegidos y el abogado de los pobres de la tierra, de pronto se descubre como panegirista del éxito.
José Luis, por favor, aclárate que nos estás volviendo loco.