martes, 15 de marzo de 2011

LA CORRUPCION IMPERCEPTIBLE

Está alborotado el gallinero porque algunas de las aves de la estirpe que manda desde que se montó el tinglado han picoteado más de la cuenta en el comedero.
Los de la estirpe que pretenden que los suyos tengan acceso preferente al comedero no paran de cacarear para que los pollos y gallinas de plumaje indefinido los ayuden a sustituir a los malos conocidos por los buenos por conocer.
Las aves, que van a lo suyo y que bastante tienen con evitar que en el cruce de picotazos les dañen la cresta, no saben qué hacer porque, aunque algunos de los que mandan hubiera comido demasiado, a ninguna le faltó su ración de trigo.
Desde que los encerraron para proteger su bienestar, aunque lo único que importaba a los carceleros era explotarlos mejor, los inquilinos del gallinero saben que quien picotea en lo que es de todos no perjudica a nadie.
No era así en los tiempos en que, a cambio de su libertad, cada uno tenía obligación de procurarse su propio sustento y los más audaces, los más emprendedores o los más afortunados se quedaban con la comida más apetitosa.
No es necesario ser un águila para establecer el paralelismo entre el gallinero y Andalucía, ni el alboroto originado por el metemano de los ERE, Mercasevilla o los fondos europeos, con los gallinos aprovechones.
Ni los unos ni los otros tienen la menor importancia por mucho escándalo que provoquen, si no se encuadran en la corrupción ambiental de la que lo que escandaliza son meros síntomas.
Sirva de modelo Palma del Río, un municipio de 21.000 habitantes de la provincia de Córdoba que, en el conjunto de la región, sobresale por la pujanza de su economía, la razonable eficacia de los servicios públicos y la meritoria honestidad personal de los responsables municipales.
Una cuarta parte de los que viven en este pueblo, equidistante de Norte a Sur entre Hinojosa del Duque y Tarifa y de Oeste a Este entre Ayamonte y Garrucha, cobran el subsidio del Plan de Empleo Rural aunque, durante los ya lejanos años de bonanza, para las labores agrícolas se recurría a los inmigrantes.
Los problemas más acuciantes de Palma del Río son la falta de estacionamiento para los autos, la precaria fragilidad del suministro eléctrico, la limitada oferta de atención sanitaria, la insuficiente frecuencia de los enlaces ferroviarios, el monopolio de hecho de la tenue cobertura telefónica y, como diagnóstico global de esas carencias, la abulia inversora del capital privado en la economía.
La fisonomía de Palma del Río se sigue transformando de manera constante: se ha restaurado un convento cuyo singular claustro mudéjar enseñan a grupos de escolares, permanece cerrado los días festivos y en el que sus amplios salones muestran la desnudez de sus paredes de forma casi permanente.
Hay un teatro espectacular que, cada año, se utiliza siete días para que teloneros de mítines políticos pasen una semana a cama y mesa puesta Y por la noche ofrezcan espectáculos de vanguardia que nadie comprende.
Se ha puesto en marcha un palacio de congresos, en el que los improbables congresistas tendrán que pernoctar lejos del pueblo, se va a hacer una piscina-parque acuático de más de 500 metros cuadrados con chorritos de agua y ya se han dado las primeras paladas para un “Centro de Interpretación del Río Guadalquivir”, con sus senderos para bicicletas, sus salas de exposiciones, su almacén de piraguas y otras amenidades.
Están adelantadas las negociaciones para adquirir un par de edificios que se dedicarán a un museo taurino, a otro de moda y diseño y hay `planes para otra media docena de proyectos lúdicos,en los que gastar lo que pudieran reportar fábricas o negocios que a nadie se le ocurre echar a andar.
No es dinero que se detrae de las necesidades del pueblo el que se destinará a palacios de congresos, museos, paseos en bicicleta, piscinas con chorritos de agua y demás zarandajas porque en su mayor parte se financiarán con fondos FEDER europeos y de Desarrollo Rural, que solo tienen aplicación en proyectos de éste tipo.
Una vez en marcha, por supuesto, el mantenimiento de las amenidades, su gestión, personal, monitores y reposición de material tendrán que sufragarlos los impuestos de los habitantes del pueblo.
En tiempos de opulencia ya idos, persiste la mentalidad de la negra época de la cartilla de racionamiento: si la comida con la que uno puede atiborrarse es gratis, mejor engullirla toda que abstenerse para evitar la indigestión.
Por eso, los ERE, Mercasevilla y otros escándalos son erupciones llamativas de la corrupción ambiental a la que es tan cómodo acostumbrarse y que ha invertido los términos de la relación entre el Estado y la Sociedad: hasta hace poco, eran Estados sólidos los financiados por una sociedad próspera y, ahora, las sociedades más prósperas son las que más `pródigamente subvenciona el Estado.