miércoles, 15 de junio de 2011

SENECA Y LOS INDIGNADOS

Se aconseja evocar las enseñanzas del pasado para desentrañar los misterios del presente por lo que nadie mejor que Lucius Anneus Séneca, el maestro cordobés de ayer que tanto necesitan los alumnos cordobeses de hoy, para descifrar el enigma de los indignados.
Más incomprensible que el hombre, el mayor de los misterios, es la paulatina evolución a la violencia, la intransigencia y el totalitarismo de un movimiento que, como el de los indignados, nació plural, cándido y tolerante.
Puede que esa mutación en el comportamiento de los indignados, como la que se operó en 1820 en el naranjo del jardín de un monasterio de Brasil y que originó la variedad “navel”, haya sido espontánea y achacable a un capricho de la naturaleza.
Pero sería ingenuo descartar que la inocente efervescencia de la concentración de los indignados no haya sido manipulada para conseguir un efecto que bastardee su pureza original.
¿Qué diría el maestro Séneca? Ya lo hizo hace 20 siglos en su tragedia Medea :”cui prodest scelus, is fecit”. (“Aquel a quien aproveche el crimen es quien lo ha cometido”).
Soy cordobés como el maestro, pero me enveneno lentamente fumando, y no de una vez con cicuta.
Tampoco soy tan listo como Séneca, pero casi tan intuitivo como él porque, desde el primer momento, adiviné que el Partido Popular, que se beneficia de que la cordera se haya vuelto fiera de tanto acariciarla el PSOE, es el culpable del cambio de actitud de los indignados.
Séneca y yo estamos convencidos de que la perfidia del PP ha endemoniado el paradisíaco convivio de amor, paz, hermandad y buena voluntad de aquél botellón sin alcohol que fue la Puerta del Sol hasta transformarlo en la turba airada de Barcelona.
¿Y para qué?
Para justificar a Esperanza Aguirre, que comparó acertadamente el de los indignados con uno más de los fenómenos precursores de los totalitarismos.