viernes, 1 de junio de 2012

QUE INTERVENGAN LA ECONOMIA SI NOS LIBRAMOS DE LOS POLITICOS

Los políticos que están fomentado el miedo a una posible intervención extranjera de la economía española lo hacen para no perder sus privilegiadas posiciones económicas y sociales, cimentadas en la ruina general que han propiciado. Es como el terror al infierno que nobleza y clero españoles atizaron para someter al pueblo, o como el recelo a Castilla que esgrimió la oligarquía para que sus compatriotas portugueses prefirieran la tiranía que padecían a la que les decían que podrían sufrir. La intervención extranjera de la economía es, para la casta política nacional, lo que para la oligarquía española fue el infierno y Castilla para la portuguesa: una advertencia de que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. No hay garantía de que a la gente normal le irá mejor en España si los extranjeros intervienen abiertamente en la economía, pero lo que parece inevitable es que siga empeorando en manos nacionales. Desde mayo de 2010 son los extranjeros los que mandan lo que hay que hacer en la economía española, pero delegaron en los políticos nacionales la ejecución de sus decisiones. Se quejan los extranjeros de que ni siquiera para hacer cumplir sus instrucciones sirven los políticos españoles, por lo que podrían asumir directamente la ejecución de las medidas de saneamiento que exigen. Si así fuera, los políticos españoles dejarían de ser la herramienta de los acreedores de la economía española para convertirse en obstáculo de las soluciones que exigen. Los representantes del partido popular y los del partido socialista se quedarían sin función y sin justificación para sacrificar al servicio público el placentero anonimato de sus vidas, al que renunciaron para dedicarse a la política. Aunque el bienestar material fuera motivo insignificante en su decisión de dedicarse al servicio público, los políticos serían los españoles más directamente afectados si los organismos internacionales intervinieran la economía. Una parte de la gente normal viviría mejor gracias a la intervención, sería mala para otra parte y, al resto, le daría igual porque la función social del ciudadano común es acatar órdenes, sea nacional o extranjero quien las dicte, y haya llegado al poder por la fuerza de las armas o por la de los votos. El anónimo ciudadano ha aprendido que la división en demócratas y fascistas o en socialistas y populares es falsa. En el mundo hay unos pocos que deciden lo que hay que hacer y cómo hacerlo y los demás, a los que más les vale acomodar su forma de vida a los que le manden que haga. Qué más le da al ciudadano común que sean compatriotas o extranjeros los que se lleven el dinero del aparato económico organizado para aprovecharse de su trabajo.