domingo, 16 de septiembre de 2012

¿ES GRANDE EL RÍO O EL VALLE?'

      Cuando los invasores musulmanes cruzaron de Norte a Sur el hasta entonces Río Betis a finales del verano hace 1301 años, se dice que tan impresionados quedaron por su curso que lo bautizaron como Oued el Kebir, el Río Grande.
Al cruzarlo de Norte a Sur, me admira la imaginación hiperbólica de los bereberes invasores al llamar “grande” lo que ahora, a pesar de que su cauce lo regulen 106 pantanos, no pasa de ser una plácida corriente de agua casi estancada.
Puede que quienes así lo bautizaron consideraran “grande” al río porque el más caudaloso que conocían era el Lucus, que después de recorrer cien kilómetros en el Norte de Marruecos, desemboca cerca de Larache.
Es posible que los invasores no se admiraran de la magnitud del río, sino del valle que le da nombre: la depresión o valle del Guadalquivir tiene 35.000 kilómetros cuadrados, el siete por ciento de la superficie de España.
Si el nombre se lo hubiera dado al valle que el Río atraviesa y no a la corriente fluvial, el nombre de Guadalquivir habría estado justificado y puede que la confusión proceda de la similitud entre Oued (Río) y Wadí (Valle).
Los moros bereberes que dieron el nombre por el que se conoce al Río o Valle atravesaron el hasta entonces Betis en ruta hacia Toledo, la capital de los derrotados visigodos, al oeste de Córdoba, por donde al Guadalquivir le quedan todavía sesenta kilómetros para que el Genil vierta en su margen izquierda las aguas del deshielo de Sierra Nevada.
Siete siglos antes de que  rebautizaran aludiendo a su magnitud, Plinio el Viejo, que hablaba por lo que le habían contado viajeros griegos, destacaba que su cauce era “suave y amable”.
El Guadalquivir, durante algunas semanas de cada año alcanza la magnitud con que lo bautizaron los bereberes musulmanes. Cuando en el otoño avanzado o a principios del invierno coinciden temporales de agua en las estribaciones granadinas de Sierra Nevada con lluvias intensas en Cazorla, el cauce del Rio Guadalquivir deja por unas semanas de ser suave y su temperamento se torno de amable en feroz.
Pero a quien cruce a finales de verano el río que atraviesa el Valle al que los moros llamaron grande, le parecerá que hasta llamarlo río es una exageración.