Dicen que la
sabiduría, aunque sea una habilidad conseguida mediante la aplicación de la inteligencia a la
experiencia, no tiene por qué tener aplicación práctica.
Hablando claro:
que la sabiduría ni sirve para ganar dinero ni el que más dinero tenga es el
más sabio por lo que, en tiempos de Horacio o de Fray Luis de León, tener entre
las amistades un sabio quedaría muy bien, pero hoy sería como tener un tío en
Graná.
Imagínense que
alguien tuviera un familiar sabio y presumiera de eso entre sus conocidos.
-Ganará una
millonada, envidiaría uno
--Será, por lo
menos, diputado, aventuraría otro.
--La Junta le
dará una buena paga, supondría el guardia interino municipal.
Pero todos
estarían equivocados porque un sabio de verdad, hoy en dia, no sirve para nada.
Ni los
discípulos de dos teóricos de la sabiduría conceptual, como los antiguos, y
además poetas Horacio y Fray Luis de León ganarían nada siguiendo sus
enseñanzas.
Si sobreviviera
todavía un admirador del viejo Horacio, que siguiera como norma de conducta las
enseñanzas del poeta latino, ¿qué haría si la necesidad lo acuciara a enviar curriculos para encontrar empleo?
Como todo el
que, en estos tiempos, sigue ese método de buscar ocupación pagada fracasaría,
sobre todo si entre sus virtudes destacara la “dorada mediocridad” que el poeta
recomendaba.
¿Y qué
resultado le daría a un discípulo de Fray Luis de Leon que,én el apartado “pretensiones” de solicitud de empleo
escribiera, y además en verso:
A LA SOMBRA TENDIDO
DE YEDRA Y
LAURO ETERNO CORONADO
PUESTO EL
ATENTO OIDO
AL SON DULCE,
ACORDADO,
DEL PLECTRO
SABIAMENTE MENEADO.
Lo más probable
es que ni se molestaran en contestar a ninguno de los dos y, si acaso, al
primero le dirían que los jefes ya disfrutaban de sobras de un envidiable y “dorada
mediocridad”.
Al otro le
dirían que se fuera con la música a otra parte y que, con la púa que llama
plectro, rasque sus cuerdas vocales y no las cuerdas de la vihuela.
En conclusión,
que en este mundo grosero y materialista que nos ha tocado, sabios son los que
halagan y sirven a un político prometedor para que, en su momento, le pague con
un lugar en el pesebre público, bien provisto de cebada.