jueves, 1 de noviembre de 2012

MANDAR POR LA RAZON O POR LA FUERZA

En lomas y cañadas de Sierra Morena resuena la bronca brama de los últimos venados en celo, desafiando a los que también quieren aparearse con las ciervas.

Si las bravatas de la berrea no bastaran para que los contendientes abandonen la disputa, pasan de la dialéctica a la acción directa: chocan violentamente sus cornamentas y, el vencedor final será el que se alce con el botín de fecundar a las hembras.

Es el método más primario y eficaz de escoger a los mejores para perpetuar el vigor de la especie.

Y es también el sistema de escoger al mejor de entre los que no lo son para dirigir una comunidad o un grupo.

En los albores de la humanidad, cuando la unidad social básica de familia y tribu todavía no había pasado a las complejidades de jerarquización del clan, la superioridad física determinaba al mejor para mandar.

La interesada sustitución del instinto por la razón para alzarse con el poder dentro del grupo social marcó el inicio del declive de la raza humana.

Con la sustitución de la fuerza por la inteligencia, afloraron en la lucha por el poder la mentira, la murmuración, la traición y el engaño premeditado, artes todas ellas en las que los políticos son expertos.

El sistema por el que se elige al que manda se basa en un principio tan falso que es imposible tomarlo en serio, a menos que quien lo crea no tenga ojos para ver ni oídos para oír: el de que todos somos iguales.

La invención de la igualdad como fundamento de que el mejor es el que más votantes (listos, tontos, expertos o ignorantes) digan que es el mejor, no sería eficaz sin la capacidad de mentir para hacer creer a los electores que el candidato es como ellos quisieran que fuera y no como en realidad es.

Ha nacido y prospera por eso una industria de la que viven opíparamente millones de engañadores profesionales, que presentan una personalidad  maquillada y falsa del candidato que proponen para que mande.

La de la igualdad es una fantasía que a todos conviene: a los que se creen menos porque les halaga que, al menos de palabra, digan que todos somos iguales y, a los que son más, porque tienen un escudo propicio contra quienes los acusen de abusar de su poder.

Y, aunque la falacia de la razón como herramienta para decidir quien manda se ha popularizado, todavía hay ejemplos recientes del uso de la fuerza y la violencia como método de auparse con todo el poder mediante la eliminación o reducción por la fuerza, como los venados, de sus contrincantes.

Recientes en nuestra memoria sigue Stalin, Hitler, Lenin, Franco, Castro, Pol Pot o Mao, todos ellos enemigos de la libertad y, por lo tanto, de ideologías izquierdistas.