viernes, 30 de agosto de 2013

LAS SEVILLAS



Salvo los pocos que han sabido librarse de la funesta manía de pensar, los humanos solemos alojar en un mismo cuerpo dos o más personalidades entrecruzadas pero diferenciadas.
No me admitieron entre los primeros, por lo que formo parte de los segundos y unas veces soy ingenuo, otras suspicaz, pocas veces altruista y casi siempre egoísta.
Sentado dentro de un mismo cuerpo en una mecedora, mi personalidad de aficionado al ciclismo y y la de turista sedentario, comenzamos a ver la retransmisión de la etapa  de la Vuelta a España por televisión.
Como el recorrido no atravesaba montañas, se impuso mi yo de turista sedentario y me absorbió la contemplación de las lomas cubiertas de encinares, acebuches, lentiscos, zarzamoras, jaras y tarajes en anárquica armonía.
Como cada vez de las muchas que me engolfo en el disfrute de la sierra, evoqué paisajes similares visitados en Kenia o en los áridos altiplanos de México y me volvieron a parecer el sitio apropiado para evocar amores que ya solo viven en la memoria, mientras la agonía todavía no ha abierto paso a la muerte.
Nueva personalidad surgida de improviso, a propósito de los nombres de ese lugar conocido por Sierra Morena o Sierra Mariana, y que aprendí como herramienta profesional para hacer comprender al lector lo que le contaba y por qué era así y no de otra manera:
El franquismo, a cuya palurdez logramos sobrevivir, enseñaba en las escuelas de por aquí que se llamaba Sierra Mariana en honor a la Virgen María.
La verdad es que el nombre es herencia del primer saqueador sistemático de  Andalucía, el romano Caio Mario, que se llevó todas las riquezas del subsuelo.
La televisión mostró luego la bien ajardinada Sevilla, su tupida red de autovías y arboladas avenidas, el ancho río y los airosos puentes que lo cruzan, los esbeltos edificios residenciales, la multitud de glorietas y las maravillas arquitectónicas que enjoyan Sevilla.
Aparentemente, se trataba de una ciudad próspera y, en consecuencia, habitada por vecinos acomodados.
¿Es realmente así?, se preguntó saliendo de su semisueño la personalidad analítica del telespectador.
Los datos del segundo semestre de 2013 sobre población activa cifran en casi el 29 por ciento los sevillanos en edad de trabajar que están en paro, que llegan al 33 por ciento en la provincia.
Hay una evidente contradicción entre el aspecto de prosperidad de la ciudad y el elevado número de parados de las estadísticas.
Como nativo de Andalucía, visitante asiduo de la ciudad y provincia y con numerosos familiares en Sevilla, me atrevo a dar una explicación que seguramente no explique el misterio:
Los sevillanos y su sanedrín político no son elementos complementarios sino opuestos, que difieren en la manera de gastar lo que los políticos detraen a los contribuyentes:
A los primeros les preocupa lo que Sevilla parece y a los segundos lo que Sevilla es.  

MIGAS DE PAN EN LAS BARBAS


Si es que realmente existió alguna vez, ya se perdió en las tinieblas del recuerdo aquella aparentemente todopoderosa España llena de hidalgos “nini” que ni trabajaban ni tenían donde caerse muerto.

Como a aquellos hidalgos a los que les importaba más ocultar que no tenían un mendrugo que llevarse a la boca que morirse de hambre, ahora se afea más  la conducta del que denuncie un delito que al delincuente.

La madre que descubre que su hija es “colaboradora eventual retribuida para actividades íntimas recreativas”  no le da la perentoria orden de que deje esa ancestral profesión, sino la de “que nadie se entere”.

¿Y a qué viene hablar de hipocresías que encubran la pobreza del burgués o la putez de la niña?

  Viene a propósito de las reprimendas que le hace algún comentarista a los técnicos de hacienda que han denunciado que, no sé si el gobierno de España o los gobiernos de España, permiten la venta a menor precio a Gibraltar de productos que después vende Gibraltar de contrabando a los españoles.

La culpa de la demostrada ineficacia española para defender sin ayuda de otros sus intereses en Gibraltar no es, por lo que parece, la resistencia a asumir los sacrificios necesarios para recuperar el Peñón.

Gibraltar es lo que sigue siendo y no lo que a los españoles les gustaría que fuera porque Inglaterra no lo devuelve, porque los gibraltareños le venden a España lo que los españoles les compran de contrabando y, sobre todo, porque algunos funcionarios españoles denuncian irregularidades que las autoridades españolas permiten.

Técnica tan eficaz para evitar el peligro es negarse a reconocerlo, como la del avestruz que mete su cabeza debajo del ala.