lunes, 30 de septiembre de 2013

DESDE QUE EL HOMBRE APRENDIÓ A NO ANDAR


 


 


DESDE QUE EL HOMBRE APRENDIÓ A NO ANDAR


1.-REPARTO, ESCENARIO Y EPOCA

(Con éste primero, empieza una serie de 18 capítulos que se emitirán lunes miércoles y viernes, hasta que se acaben)

Conviene centrar, antes de empezarla, el propósito de esta obra: seguir la evolución del hombre como sustantivo colectivo de la raza humana, que  engloba a mujeres, hombres, niños, niñas, viejos, viejas, maricas, tortilleras, tontos, listos y hasta híbridos de todas las variedades anteriores.

Intentará ser una historia social del hombre, por lo que ignora su etapa de nomadismo porque el hombre adquiere condición social cuando tiene domicilio postal y fiscal en el que localizarlo para que pague lo que se le reclame.

Queda para los zoólogos la etapa referida a lo que algunos califican de hombres primitivos, y que  no eran más que los hippies, zíngaros o feriantes originales, un escalón por debajo de la especie humana.

Con el sedentarismo, realmente, comienza la historia de la humanidad porque los nómadas no permanecían el suficiente tiempo en un mismo lugar como para influir determinantemente en su transformación y evolución.

Aclarado lo anterior, pasemos al objeto de ésta historia:

Se inicia  en un lugar del que solo se sabe que no correspondía a lo que fueron territorios del Imperio Romano ni del Oeste Americano ni de España, lo que nos evita insistir en la guerra civil española, los gladiadores y los indios, que ya han sido tratados con fidelidad por el cine.

Después de lo dicho, solo hay que precisar que este trabajo empieza cuando un hombre vigoroso seguido por una mujer a la que los partos han envejecido, y media docena de niños, descienden por la vereda de un escarpado risco, a cuyos pies se extiende una ancha llanura que se pierde en el horizonte.

Traen con ellos algunas ovejas, lo que hace pensar que son nómadas dedicados al pastoreo, en busca de mejores pastos.

   A la derecha de la vereda un rumoroso salto de agua se precipita desde la cumbre y, unos cientos de metros después de llegar a tierra llana, se remansa en una gran laguna, cuya contemplación fascina a los caminantes.

Encuentran cobijo en una honda cueva que descubren al pié del risco y es tan abundante la comida para sus ovejas, tan conveniente el río que fluye a su lado y del que siempre consiguen agua que, aunque sin decidirlo expresamente, se asientan en el lugar cambiando de hecho el atrasado nomadismo por el prometedor sedentarismo.

Fue satisfactorio el tiempo transcurrido desde que llegaron hasta el momento en que decidieron no seguir su itinerario de nómadas errantes: encontraron caza abundante e inocente, fácil de cobrar a pedradas o con  el cayado.   

Tiempo después, cuando el rebaño de corderos había triplicado su número, llegó  otra familia, de unos 12 miembros, que se instaló en otra cueva a unos mil pasos de distancia de la suya y supusieron que habrían descendido al llano por el mismo sendero que ellos.

Vivieron durante años las dos familias como los protagonistas de las “Vidas paralelas” de Plutarco, aunque coincidiendo en el tiempo y lugar de sus andanzas.

Aunque no consultaron entre ellos la decisión, los dos grupos debieron decidir por el mismo tiempo su decisión de liquidar el poco szerio nomadismo y sentar cabeza en aquel paraje de clima resguardado y alimentación abundante, pintiparado para el sedentarismo formal.

Siempre comienza de la misma manera el entrecruzamiento de dos grupos ajenos : la mujer de uno de los grupos cruza miradas con un hombre del otro,  uno devuelve el cordero que se ha mezclado con los suyos o los pastores de las dos familias espantan juntos a lobos o buitres amenazantes.

Aunque no hubiera todavía intercambio copulativo entre individuos de distinto sexo de los dos grupos, la población de de la llanura aumentaba sin parar.

”¡Qué barbaridad”, exclamará escandalizado un defensor de la moral establecida. “¿Insinúa que el abominable incesto era consentido?”

Ni siquiera  lo convencía que los primeros humanos creados por Dios con el mandato tajante de “crecer y multiplicarse” fueron hombre y mujer que tuvieron dos hijos varones, por lo que solo podían obedecer a su Creador haciendo de la necesidad virtud.

Consideraciones morales aparte, que de hecho no se plantearían  hasta que el ser humano estuvo en condiciones de filosofar después de solucionar el perentorio problema de alimentarse, lo cierto es que los ex nómadas y neosedentarios habitantes de la llanura pasaron a inscribirse en el registro civil de la historia como los primeros hombres.

De ellos podría decirse lo que ·The New York Times dice de las noticias que publica: merece la pena se sepan.