miércoles, 9 de octubre de 2013

DESDE QUE EL HOMBRE APRENDIO A NO ANDAR-5- RELACIONES CON EL EXTERIOR


 

 
No se equivocaron los de la llanura porque, no mucho después, y sin duda incentivados por los bajos precios que pedían los lugareños por corderos, pieles, queso y miel que se llevaron, volvieron cargados de chucherías para comerciar.
Bruja y dictador, que eran los más listos, convocaron con urgencia a todos cuando un vigía aviso que, en el horizonte, se recortaba la silueta de muchos visitantes.
Aconsejaron  a todos que, antes de cerrar un trato sobre el precio de lo que les quisieran comprar, lo elevaran hasta que los forasteros se negaran a pagarlo, aunque lo que les quisieran comprar les conviniera venderlo.
Les insistieron también en que, si los comerciantes forasteros les ofrecieran algo que necesitaran y a un precio que les pareciera conveniente. no lo hicieran protestando de que era demasiado caro.
--Y si os piden que les digáis cuánto estáis dispuestos a pagar, decidles que nada, porque no lo necesitáis.
--Si os negáis a comprar o vender por lo que os pidan y ofrezcan, comprareis por casi nada y venderéis por casi todo, les prometieron.
--“Lo que han traído para vender no querrán llevárselo de vuelta y perder su negocio.”
--“No compréis”—les advirtió la bruja—“hasta que solo tengáis que pagar poco menos que nada”.
El consejo de la hechicera y el cacique, y un error de comerciantes poco avezados de los forasteros, resultó en un desastre comercial para los forasteros y en negocios inesperadamente satisfactorios para los lugareños.
Además, al seguir los consejos de los que mandaban en la aldea, los vecinos hicieron la primera demostración práctica de lo que, en teoría, se conoció siglos después como la ley del mercado.
Porque, aunque el precio justo de una mercancía es el que fija el equilibrio entren oferta y demanda, no es el precio justo lo que procuran comprador y vendedor en una transacción comercial, sino el que más convenga a cada uno, que es el que menos conviene al otro. 
Los forasteros, convencidos de la poca pericia mercantil de los del risco en la visita previa de los enviados como los viajantes catalanes de paños, se prometían un seguro negocio gracias al precio desmesurado por el que esperaban vender sus productos.
Desplegaron ostentosamente todas sus mercancías e incluso se hicieron acompañar de modelos que exhibían ante las clientas locales atrevidas faldas primorosamente curtidas, que con movimientos lascivos provocaron la envidia de las compradoras y el rugido enardecido de sus machos.
Como expertos comerciantes hasta entonces, los forasteros hicieron que sus modelos lucieran distintos cosméticos: uno de color verdoso para resaltar los ojos, otro rojo para los labios y un tercero para a sombrear los párpados eran los más llamativos.
Los destinatarios de aquella exposición ambulante recorrían los puestos, deseaban o envidiaban a las modelos y comentaban entre sí las virtudes de las mercancías.
Pero cinco días después de su inicio, los feriantes no habían vendido ni una escoba.
Resignados al fracaso, vendieron por lo que los del risco les quisieron pagar y compraron por lo que les quisieron vender.
Volver sin comprar ni vender nada era un negocio todavía más ruinoso que comprar más caro y vender más barato de lo que habían esperado.
Murmurando resignados contra la tacañería de aquellos compradores que creían inexpertos, uno de ellos advirtió: “Debemos aprender que el precio de una mercancía no lo fija el que la vende, sino el que la compra”.
 Y os aldeanos aprendieron que la ley que siglos después fijaría la teoría del precio justo no sirve en la práctica porque el precio comercial real de toda mercancía es el que el comprador está dispuesto a pagar.
 

 

 

 

DESDE QUE EL HOMBRE APRENDIO A NO ANDAR.-