lunes, 14 de octubre de 2013

DESDE QUE EL HOMBRE APRENDIO A NO ANDAR.-7- SERVIR AL REY


DESDE QUE EL HOMBRE APRENDIO A NO ANDAR.-7.- A SERVIR AL REY

Cuando el conde les dijo que aquellas tierras y los que en ellas vivían y trabajaban le pertenecían, dejó entrever que el amo de verdad era un señor todopoderoso llamado Rey, que vivía en un lugar remoto llamado corte, desde donde mandaba al marqués que mandaba al comendador que mandaba a los aldeanos.
Todos los que mandaban se beneficiaban de los que obedecían, que estaban obligados a pagar un diezmo, o decuma, anual de lo que producían al Rey, al conde y al comendador, en total el 30 por ciento de su renta además del trabajo obligatorio para beneficio, supuestamente, de la comunidad.
Cuando un emisario del Rey llegó a la aldea desde la Corte, los aldeanos intuyeron que les traería una nueva carga, y no se equivocaron.
Mandaba el Rey que, para librarlos de la amenaza de un rey vecino que era enemigo de la verdadera religión, de la independencia y libertad de sus súbditos, requería su ayuda:
Ordenaba el Rey que se le entregara una decuma especial para subvencionar la guerra, y el reclutamiento para la campaña militar del 10 por ciento de los hombres útiles del reino, que deberían presentarse provistos de sus propias armas, equipo y medios de transporte.
Otros 20 hombres de la aldea pasaron a engrosar la nómina de servidores públicos, elevando casi tanto como alguna nación muchos siglos después los recursos generados por la sociedad para que los dilapidara el Estado.
O nadie supo nunca en qué quedó la guerra para la que partieron los 20 hombres que nunca más regresaron, o los que lo sabían no estaban deseosos de revelarlo.
La barragana de messer Ramiro de Coblenza le dio una hermanita a su hijo y los diáconos que acompañaron al cura cuando llegó habían formado sus propias familias con hijas de familias acomodadas de la aldea.
Se había generalizado el uso de plataformas de madera con grandes ruedas para el transporte de cereales y otros bienes que la tierra producía en abundancia, gracias a técnicas y herramientas novedosas.
Casi todo el trabajo del campo lo realizaban los hombres sin ayuda de bueyes caballos o burros porque, aunque se habían perfeccionado las vendas de esparto para proteger sus cascos, faltaba más de un siglo para que se popularizaran las herraduras.
Desde que llegaron el cura y sus coadjutores sabían los aldeanos donde se encontraba la aldea, pero de poco les servía porque desconocían lo que había fuera de ella.
El risco al pié del cual habían poblado su aldea y ante el que se desplegaba la llanura era uno de los muchos valles de una cadena de altas montañas, que se disputaban los reyes francos del norte y los visigodos del sur.
Gracias a los que llegaron con el conde supieron también, aunque no con mucha exactitud, que hasta hacía poco había existido un Imperio Romano que llenó la tierra de carreteras por las que llegaban sus soldados y salían las riquezas que robaban.
Los romanos habían impuesto también el latín como lengua común, para no tenerse que degradar al hablar las lenguas de las tierras que conquistaban.
No fueron los 20 primeros reclutados para la guerra del rey y que nunca volvieron los que, a partir de entonces, marcharon a combatir y pocos fueron los que regresaron, la mayor parte cojos o mancos.
Los habitantes acomodados del valle tenían dos tipos de viviendas, según la estación meteorológica: en primavera y verano se acogían a un amplio espacio techado, resguardado por frágiles paredes, en el que dormían, cocinaban y comían.
A medida que el otoño avanzaba y durante el invierno todos se refugiaban en sus viejas cuevas o  en refugios subterráneos donde, con sus animales, pasaban la época de frío y nieve.
Acostumbrados como estaban a la ausencia de higiene personal y a la continua convivencia con los animales, les importaba menos  convivir con ellos que exponerse al frío y la nieve de la superficie.