martes, 11 de marzo de 2014

ESPAÑA Y EL FESTIVAL DE EUROVISION el festival de eurovision



   Ingrata es la misión  de los que, por interesarnos en todo lo que preocupa al ser humano, somos conocidos por humanistas.
   Nuestra tarea es  detectar, analizar y estudiar cualquier preocupación de cualquier individuo de la raza humana para comprenderla, hacerla nuestra y proponer soluciones evitando aconsejarlas, para dejar al afectado  la libertad de adoptarlas  o rechazarlas.
   Así intentamos cortar de raíz  las preocupaciones individuales antes de que degeneren  en problemas sociales, como  lo es el fracaso de los representantes españoles en el festival de Eurovisión.
   He invocado al decano de los humanistas, el indolente Salomón Cabeza Sagaz que,  después de estudiar durante 48 segundos el asunto, dijo:
   --“El festival de eurovisión nació  como una competición entre los países miembros de Eurovisión para que  popularizaran fuera de sus fronteras su música ligera nacional no sinfónica”.
   La arrolladora pujanza  de negocio del espectáculo norteamericano ya era hegemónica en todo el mundo cuando nació el festival de eurovisión y, para adaptarse a esa tendencia, todos los países participantes imitaron el modo estadounidense de forma creciente y copiaron la coreografía, la música y hasta el idioma de sus representantes en el festival.
   Lo de eurovisión pasó a ser así una competición musical de piezas mayoritariamente idénticas en lugar  de escaparates nacionales de sus músicas locales.
     España se encuentra desde hace años ante una disyuntiva: dejar que su representante en eurovisión siga fracasando al imitar el modo anglófilo de exposición de la música española o atreverse a presentar miniespectáculos genuinamente españoles de su cultura folklórica.
   Si se atrevieran a hacerlo, además, las comunidades autónomas encontrarían su razón de ser positiva, además de la ruinosa de enchufar deudos de los políticos para que coman caliente.
    Supongamos que los españoles decidieran utilizar el festival de eurovisión como ocasión de dar a conocer su música y que a cada región autonómica le correspondieran por orden seleccionar al representante de su música para que representara a España entera.
   Andalucía, que es la primera de ellas por orden alfabético, montaría un decorado que, con lienzos blancos imitando el interior blanqueado  de una casa andaluza, incluiría un reloj de pared parado, una mesa camilla con enaguas, y una silla de enea en el centro del escenario.
   Un gitano viejo, renegrido y gordo saldría acompañado por un guitarrista patilludo, calvo y esmirriado que después de que el gitano gordo se hubiera acomodado en la silla, carraspeado y escupido, empezaría a rasgar las cuerdas de la guitarra.
   Una pareja de viejos de cara arrugada, él con una faja ciñéndole la estrecha cintura y ella con un  clavel en el pelo y una falda desflecada, comenzarían a acompañar con su  contoneo los jipíos de la soleá del gordo.
    Cuando el turno le llegue a Aragón, una grupo numeroso de mañas y maños, con bastones y, cachirulos ellos y ellas con sus vistosas faldas cortas, harían coro y bailarían la jota de un jotero cejijunto y de pelo alborotado.
   Los vascos  cantarían un zortziko acompasado por los hachazos a sus gordos troncos de dos robustos aizkolaris y Castilla-La Mancha montaría un escenariio que reprodujera la parva en una era y al trillo tirado por una mula mientras suena la voz rota de un canto de trilla.
    ---“Y si a los europeos no les gusta eso, que se aguanten. Peor resultado que con el sistema de ahora de baladas extranjeras” –concluyó Salomón Cabeza Sagaz, al que a sus espaldas llaman Alfonso el Sabio—“no podemos conseguir”.