La “espantá” de
Rajoy de la cena de los máximos dirigentes de la Unión Europea con 58 jefes de
Estado africanos pudo deberse a un motivo improbable (ver por televisión desde
su hotel el Real Madrid-Borussia) o a uno plausible (evitar que lo fotografiaran
junto al dictador Obiang, el otro único asistente que tiene el español como
lengua.
Los
responsables del protocolo de la Unión Europea aplicaron el criterio de que,
como ninguno de los dos son precisamente políglotas, sentar a uno al lado del
otro, para que no se pasaran la cena sin abrir la boca más que para meterse en
ella el tenedor.
Decisión lógica
y acertada salvo por el terror político de Rajoy a que la izquierda española, que
niega el marchamo de demócrata al adversario que “se junte” con un dictador,
pusiera en entredicho su talante democrático.
Y es que Rajoy,
por lo que evidenció su cobardía, debe pensar también que la historia de un país
empieza y termina con su fase de gobiernos electos y que las dictaduras que
haya padecido son ajenas a su Historia.
La espantá de
Rajoy para que no lo puedan tildar sus adversarios políticos españoles de amigo
de dictadores debería tomarla como lección para que no vuelva a sacrificar los
intereses de España: consultar a socialistas, comunistas y otros de ortodoxia
democrática garantizada con quien debe juntarse y con quien no.
Debería haber
estado Rajoy entre los que una tarde en Brasil fuimos testigos del júbilo y el
entusiasmo con que el ministro de exteriores, Marcelino Oreja, nos dio la
noticia de que el futuro dictador Obiang había derrocado al entonces dictador
Francisco Macías Nguema.