martes, 15 de julio de 2014

CELSO COLLAZO, MI MAESTRO



   Es periodista quien nace con la acuciante curiosidad de conocer lo que ignora y la necesidad apremiante de contar lo que conoce.
    Como instintos naturales, curiosidad y necesidad de difundir lo que se sabe son impulsos innatos que ninguna escuela ni facultad de periodismo puede enseñar.
   Es el periodismo un oficio artesanal que, como la lezna el cerote o la horma de los antiguos zapateros, usa la televisión, la radio, la imprenta o Internet para servir a sus clientes, que pagan por saber lo que ignoran.
   Como en los oficios de carpintero, zapatero o herrero, en el de periodista hace falta un maestro que enseñe los trucos para manejar adecuadamente sus herramientas y  para que el consumidor quede satisfecho con lo que ha pagado por lo que lea, escuche o vea.
   El maestro que a mí me enseñó a manejar con eficacia la lezna, el cerote y la horma del periodismo fue Celso Collazo.
   Sin lo que de Celso aprendí hubiera sido un graduado en periodismo por la única  institución académica que, por entonces, tenía facultad para emitir el título de periodista, pero nunca habría sido periodista.
    Aprendí en la corresponsalía de la Agencia EFE en Nueva York-Naciones Unidas a la que me incorporé en Julio de 1968 y que jefaturaba un Celso Collazo ya hipocondríaco, barrigón, blando con las espigas y duro con las espuelas, siempre ácido de formas  para encubrir su carácter íntimamente compasivo.
   Aprendí de Celso, que la semana pasada murió prematuramente a los 92 años de edad, que el lector sigue con más pasión lo que le molesta y duele que lo que le agrada y satisface. “El lector es masoquista”, me aleccionó una noche en nuestra oficina de la calle 42.
    En aquellos tiempos, la escasez de espacio disponible para todos los datos que hicieran comprensible el relato condicionaba la redacción de la noticia y de Celso aprendí  un lema que sigue y seguirá vigente: “el muerto, en primera línea”.
   Significaba que lo más importante que se pretendía contar debía aparecer en el primer párrafo o “lead” que, como el resto de los párrafos de la información,  debería contener algún dato que tentara al lector a desvelar en cada uno de los párrafos siguientes.
    Aprendí del maestro Collazo  a no mezclar nunca datos o frases que revelaran mi opinión sobre los hechos relatados y que pudieran inducir al lector en su propia opinión sobre los hechos.
   Cada hecho relatado y no presenciado personalmente debía ser atribuido a una “fuente” identificable, por lo que debería constar su nombre, apellido, edad, profesión, situación familiar y residencia (truco que aprovechaban lo editores para aumentar ventas entre los que, por alguna de esas circunstancian, tuvieran relación con el aludido).
   La opinión que se incluyera para ilustrar el relato debería atribuirse, entrecomillada, al que la emitiera, con todos los datos que permitieran su identificación y ayudaran a los escépticos, a contrastarla.
    Por lo que aprendí de periodismo y por ayudarme a que abriera mi mente de cateto de Palma del Rio tenuemente vidriada de catetismo madrileño, me declaro uno de los muchos periodistas más jóvenes que Celso Collazo que lo reconocemos como maestro y proclamo el fracaso más estruendoso de su larga vida: que lo recordemos con  afecto, agradecimiento y, ya, con nostalgia.