jueves, 24 de julio de 2014

LA REVOLUCIÓN

   Pablo Iglesias, el inspirador de PODEMOS, se asemeja a los revolucionarios  que lo antecedieron: promete a los de clase social inferior a la suya librarlos  de la tiranía para, si triunfa, someterlos a una tiranía peor.
   Todas las revoluciones se predicaron para librar a la humanidad, a los pueblos o a una clase social descontenta, de la tiranía o el abuso al que se sentían sometidos.
   Así fue como el cristianismo prejerarquizado, la ilustración, socialistas, comunistas fascistas y nazis crearon sus propias castas, que reemplazaron a las barridas por sus revoluciones.
   El franquismo, imitación cutre y cuartelera maquillada de nazifascismo asotanado,fue contrarrevolucionario por su propia incapacidad de generar una revolución.
   El cristianismo propuso el amor como motor que reemplazara al odio y a  la lucha por el poder.
   En cuanto el emperador de Roma se convirtió al cristianismo, la alianza de poder civil y poder religioso representado por el Papa, se hizo políticamente beneficiosa. Casi siempre aliados, papado y primero emperadores y luego reyes, se repartieron las dos caras (militar-política y ética-religiosa)  del Poder.
   La revolución cristiana se autodomesticó y originó una casta  que duró 15 siglos.
    Siguió a la casta anterior la de los ilustrados, que propugnaban reemplazar la fé por el conocimiento como herramienta para la toma de decisiones gubernamentales y sustituyó en el poder a la casta aristocrática, descendientes de quienes fueron poderosos por hechos de armas.
    La burguesía—hombres de extracción social baja que gracias a su talento y pericia en los negocios surgió como clase dominante,-- concentró la ira de quienes los culpaban de haberse enriquecido gracias a la explotación a que sometían a los que trabajaban para ellos.
     Socialistas primero y comunistas más tarde dirigieron hacia esos burgueses la ira de los asalariados en sus campos, minas y talleres-fábricas.
      Desde la primera a la que todavía se esté gestando, todos los que secundan a los revolucionarios saben que sus promesas son imposibles de cumplir aunque la insatisfacción por no conseguir lo que los gobernantes les habían prometido, les hace dudar si las utopias que les anuncian serán o no más falsas que las que les hicieron los que gobiernan.
     La descalificación y el desprestigio con que los que mandan intentan frenar a los revolucionarios en ciernes que aspiran a reemplazarlos, incentiva y no frena la revolución.
     Toda revolución—y PODEMOS aspira a serlo—se consolida en la misma proporción en  que los que disfrutan del ejercicio del poder  se empeñen en desprestigiarla.

    Someten al ciudadano (ahora ciudadano-elector) a decidir entre lo malo conocido y lo peor por conocer. La elección es sencilla: lo malo se conoce y sufre. Lo que todavía se desconoce porque solo son promesas, puede o no ser peor.  

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