viernes, 26 de septiembre de 2014

NOSTALGIA DE LA DICTADURA

En el mundo animal del que el hombre forma parte, el más fuerte es el que manda, los más débiles obedecen y, si alguno de ellos no está conforme, desafía al jefe, se le enfrenta cuerno a cuerno o dentellada a dentellada y, si le gana, se queda con el poder y echa de la manada al perdedor.
A ese sistema de mando que sus congéneres irracionales practican sin calificarlo desde que en el mundo brotó la primera hierba, los más cuentistas de los humanos, los polítólogos, lo llaman dictadura.
La llamen como la llamen, la única manera de mandar que ha conocido el hombre es la dictadura, más o menos disfrazada para que, los obligados a obedecer, no se ofendan y hagan de buena gana lo que les digan que hagan, y tranquilicen su conciencia con la convicción de que el que manda ha ordenado lo que ellos le han encargado que ordene.
Como no hay nadie tan feliz como el que aprende a ignorar sus desgracias, los que viven bajo una dictadura real se sienten agradecidos por vivir bajo una democracia ficticia.
Dictadura es mandar sin oposición, por lo que si a una parte de los gobernados se les permite oponerse al que manda, deja de haber dictadura y lo llaman democracia.
Un síntoma delator de que lo que asola España desde 1978 no es democracia, sino dictadura, es que unos invocan la falta de consenso para justificar su oposición a las leyes que proponga el PP y el PP deja de aprobar leyes por falta de consenso.
Y es que todos los españoles tienen nostalgia de aquél régimen anterior que, al no permitir discrepancia pública, eximía a los gobernados de su capacidad de manifestar su crítica y, por lo tanto, descargar en el dictador la responsabilidad de todos los errores de sus decisiones.
Un suponer: Bibiana Aído, una ministra con conocimientos humanistas, que de todo sabía y que no necesitaba contrastar su opinión con las de otros para acertar, reformó para ampliar la gama de aspirantes al aborto una ley anterior y algo más restrictiva, de su propio partido.
La hizo aprobar sin esperar ni intentar el consenso con partidos de ideologías menos radicales.
Ahora, el PP, que se comprometió a modificar la ley aprobada sin consenso por la Aído, ha incumplido su promesa electoral porque carecía de consenso.
Pues si las leyes son buenas porque todos las apoyan y malas porque a los que les costaría cumplirla no les gusta, la solución es evidente:
Volvamos los españoles a restablecer la Dictadura, en la que manda el que manda y la oposición se calla o va a la cárcel.