miércoles, 15 de octubre de 2014

UN CUENTO PASTORIL



“Yo tenia en mi rebaño
una cordera
de tanto acariciarla
se volvió fiera”.
 A la cordera de la letra de esa serrana, para mi propósito didáctico, la voy a llamar Cataluña, la más garrida y lustrosa de las 17 de ese rebaño  que es España.
La oveja Cataluña, sabía que era hermosa y aprendió a utilizar su hermosura para que el pastor hiciera la vista gorda si decidía ser más díscola que las demás: se empeñaba en seguir su propia ruta, se negaba a comer las mismas hierbas e  intentaba  permanentemente separarse del rebaño.
El pastor, cuando su oveja preferida transgredía las normas válidas para todas, disimulaba la rebeldía, intensificaba sus caricias y cada vez era más indulgente con la insurrecta.
La oveja preferida del pastor, que era rebelde pero no era tonta, o que no era tonta porque era rebelde, decidió poner pié en pared: dijo que seguiría su propio camino y ni las caricias del pastor, ni el ladrido de sus perros, ni las advertencias de que si se apartaba de las otras se la comería el lobo la disuadieron.
La intransigencia de la oveja a formar parte del rebaño generó reacciones variadas entre sus hasta entonces compañeras:
1.- las más prudentes (o serviles), aconsejaron dialogar con la rebelde para concertar con ella un camino intermedio entre el que ella exigía seguir y el trazado de antemano por el pastor.
2.-Otras, molestas por la discriminación del pastor a favor de la rebelde y envidiosas porque no habían sido ellas las distinguidas, exigieron que la dejaran ir por donde quisiera para que se la comiera el lobo.
3.-Las tres o cuatro que se habían ganado fama de ponderadas, sensatas y juiciosas fueron las que impusieron su criterio: negociar sin prisas con la díscola para, con paciencia y generosidad, reanudar las conversaciones hasta llegar a un acuerdo aceptable para todos.
Como es lógico, se impuso la sensata recomendación de las ponderadas y comenzaron a tantear sin prisas la disponibilidad al diálogo de la rebelde.
Tan sin prisas que los lobos de las vecindades tuvieron tiempo de concertar reunirse en una sola jauría para atacar todos juntos a las ovejas.
Mientras los intermediarios con la rebelde iban y venían, una oscura noche de otoño cayó sobre ellas la manada de lobos y se comieron a todas las ovejas, a su pastor, a los perros del pastor y hasta al cacho de queso y el pan duro que el pastor llevaba en su quincana.