viernes, 24 de octubre de 2014

LA VIDA SIGUE IGUAL



En estos días estivales de otoño, en los que la lluvia todavía no llega y el calor sigue agostando los campos, se rumia la melancolía y deja el regusto de que el pasado fue mejor que el presente y el presente mejor que el futuro.
Puede que esos tenebrosos augurios se confirmen o que, como las mustias hojas que el más leve soplo de aire otoñal arranca del árbol, se los lleve el viento.
El recuerdo del esplendor veraniego ido y el augurio del sombrío invierno por llegar puede que influya en que el otoño sea el momento de la añoranza del pasado y de la prevención ante el futuro.
Parece en otoño que si lo de antes fue mejor que lo de ahora y mucho mejor que lo que el futuro depara es porque el mundo empeora a medida que el tiempo transcurre.
Pero la percepción de una realidad exterior al ser humano es tan variada como personas haya que la evalúen: la verdad,  belleza y bondad no son valores absolutos sino relativos y varían según el que los perciba.
Así, a medida que la edad, salud, bienestar, afectos y esperanzas del perceptor varíen, cambiará su apreciación de lo que lo rodea.
Un niño se impacienta por lo que tarda en llegar el mañana tanto como el anciano le teme a lo pronto que llegará el día siguiente.
Y lo que llamamos “mundo”, entendiéndolo por la relación del ser humano con su entorno y no por las novedosas herramientas de que disponga, cambia tan lentamente que es imposible apreciar el cambio.
Desde que tuvo que andar sobre las piernas para poder atravesar un río hasta que invente un sistema de elaborar y renovar oxígeno para un largo viaje interplanetario, el ser humano tendrá que alimentarse para vivir, reproducirse para perpetuarse y mandar para guiar y para que no le manden.
Todos los cambios a esas tres funciones básicas son reversibles y circunstanciales.