miércoles, 17 de diciembre de 2014

APOLOGÍA DE LA PASIVIDAD



Ni el cacharro ese que tienen en Suiza llamado acelerador de partículas, que sirve hasta para acertar el euromillones, sería capaz de averiguar cómo sería el mundo actual si los diligentes no se hubieran empeñado en mejorarlo.
Porque, y es impresión propia, si los indolentes hubiéramos impuesto la sabia propuesta de dejar para mañana lo que tengas que hacer hoy, no habrían surgido muchos de los problemas que hoy agobian a la humanidad.
No hubo suerte porque siempre ha estado mal visto ser indolente y, de rechazo, se ha inducido a los niños de todas las generaciones a que sean trabajadores y diligentes.
¿Se imaginan un mundo en el que Stalin o Hitler se hubieran dedicado a la vida birlonga, a bailar tangos, beber desenfrenadamente y no darle un palo al agua?
¿Y si Colón se hubiera contentado con echar barquitos de papel en el charco que dejaban las lluvias frente a su casa?
Ahora, la mitad de los españoles,(esos malvados diligentes, a los que su mala conciencia no los deja dedicarse a la placentera ocupación de  no hacer nada), quieren cambiar la constitución, las normas éticas aplicables a los políticos y, si antes no los frenan, hasta la polaridad de la tierra.
A esos malhechores bienintencionados no hay quien los pare porque, si los cambios que proponen dan el resultado contrario al que buscan, culparán a la falta de entusiasmo de quienes no les ayudaron lo suficiente.
Se explica el permanente deterioro de la satisfacción humana por el ambiente en que transcurre su vida por el predominio de los emprendedores sobre los apocados que cada vez se acentúa más.
Y no hay solución porque el hombre es el único animal que puede actuar y pensar simultáneamente pero no se ha dado todavía ningún caso en el que esas facultades las ejercite de manera equilibrada:
-Si piensa con más intensidad de la que emplea en actuar, malo.
--Si actúa sin sopesar las consecuencias de sus actos, peor.
Conclusión: el que piensa y no actúa no hace daño, mientras que el que actúa sin pensar expone a otros a sufrir las consecuencias de sus insensateces.
Los poetas no se equivocan porque al soñar transmiten sus sueños de belleza y, de todos los poemas de los poetas, el de Juan Ramón Jiménez en “Piedra y Cielo” es una apología de la pasividad:
“¡No le toques más,
que así es la rosa!”