jueves, 8 de enero de 2015

ATENTADOS: LAS CÓMODAS Y SUPERFLUAS CONDENAS



Hay que ver el derroche de ingenio con que condenan en todo el mundo el asesinato de doce empleados de un semanario satírico francés.
No sería extraño que, abrumados por la reacción contra el atentado y sus autores, los terroristas y sus correligionarios renuncien al mandato de su religión de imponerla a todos los hombres por todos los medios.
El atentado podría cambiar el mundo que, hasta el siete de Enero de 2015, ha vivido y sufrido la humanidad: en todos los países en los que los correligionarios de los terroristas son mayoría, se podrán predicar libremente otras religiones y levantar lugares públicos de culto.
La persuasión y el análisis desapasionado de los fundamentos de todas las religiones se emplearán para propagarlas, en vez de la fuerza, la amenaza y la tortura.
No habrá que recurrir a la violencia por parte de los países en los que los terroristas hayan causado víctimas porque la ironía de las condenas a lo de París han sonrojado hasta la parálisis a los correligionarios de los asesinos (la última palabra me parece excesiva y, por si acaso, sustitúyanla por los “autores”) .
Extraña también la sospechosa unanimidad al condenar por las muertes solo a los que las provocaron directamente: o la gente es tonta o maliciosa porque, se supone, alguna responsabilidad en el atentado de París debió corresponder al gobierno francés (aunque sea de izquierdas).
Tampoco culpó nadie al gobierno de George Bush (al que el apoyo popular subió al 86 por ciento después del atentado), cuando unos moros estrellaron aviones en las torres gemelas de Nueva York el año 2001.
Como contraste con los ingenuos ciudadanos de  Francia y Estados Unidos, los españoles, que no nos chupamos el dedo, supimos y responsabilizamos al gobierno de Aznar por la matanza que causaron los moros en unos trenes en Atocha.
Pero, apoyo o no al gobierno que sufra los atentados, a todos los une la cómoda conveniencia de condenar los actos terroristas, llorar a los muertos  y repetir que la libertad triunfará sobre la barbarie, en vez de exponerse a la pérdida de votos actuando contra el fanatismo de origen.
Y es que los gobernantes de los países víctimados saben que es más cómodo predicar que dar trigo.