jueves, 15 de enero de 2015

LA INEFICACIA DE LAS MANIFESTACIONES



   El remedio más socorrido contra desmanes y tragedias es convocar una manifestación multitudinaria de repulsa, encabezada por los más conspicuos ciudadanos de la comunidad.
Siguiendo esa  costumbre, más de cien ciudadanos de los más conspicuos del mundo (políticos todos de renombre), encabezaron al millón y pico de personas que se juntaron en las calles de París para protestar contra el asesinato de unos dibujantes chistosos, cuyos dibujos no les habían hecho gracia a los asesinos.
Algo debió fallar porque ha transcurrido el tiempo suficiente para que los secuaces de los asesinos hubieran proclamado públicamente su arrepentimiento y se hubieran sumado a los que condenaron los crímenes.
Pero no ha sido así. ¿Por qué?
Se ha descubierto que, en contra de lo prometido, el centenar de ciudadanos notables que deberían haber ido al frente de la manifestación no lo hicieron de verdad, aunque las fotografías que se publicaron parecían demostrarlo.
En tiempos en los que lo que parece es más importante que lo que es, los políticos estuvieron de acuerdo en que se les fotografiara con un par de cientos de comparsas a sus espaldas, representando al millón y pico de manifestantes, y evitar así que algún terrorista rezagado se viera tentado a tomarlos como blanco de un nuevo atentado.
Y así no hay manera. Si el eficaz remedio que serian las manifestaciones de repulsa contra desmanes inicuos no se organizan sin trampa ni cartón, los malos seguirán siendo malos.
Hubo tiempos en que las manifestaciones multitudinarias se pusieron de moda y raro era el día en que miles de personas no se lanzaban a las calles para protestar por la violencia contra las mujeres, la falta de democracia, la contaminación ambiental o la supervivencia de los dragones de Kómodo.
Ninguno de esos problemas se ha resuelto y algunos se han enconado, lo que no demuestra que las manifestaciones multitudinarias sean inútiles, sino que se hizo trampa al organizarlas.
En algunas se exigía que los manifestantes llevaran lazos de un color determinado. Bastaba con que uno de ellos llevara uno azul celeste en vez de azul marino para que quedara anulado el esfuerzo colectivo.
En la de París, que los mandamases encabezaran a un par de centenares de seguidores, en vez de al millón y pico anunciado, bastó para que los secuaces de los terroristas los animen a seguir matando, en vez de afearles su crimen.