miércoles, 21 de enero de 2015

DEMOCRACIA



Democracia es un concepto abstracto al que el abuso de su empleo ha devaluado para asignarle un significado concreto, el de una modalidad de gobierno.
Que el pueblo mande, que es como se traduciría democracia, es tan absurdo como decidir que la belleza sea el objetivo de la acción gubernamental.
Y es que convertir un ideal utópico en sistema práctico es un ardid del que lo propone para engañar al bobo que lo acepte.
En la práctica, esa conspiración contra la humanidad que germinó hace más de tres siglos se fundamenta en una falsedad tan evidente que nadie se atreve a rechazarla: que todos los hombres somos iguales.
Aclamada esa falsa verdad por los que se saben inferiores e hipócritamente aceptada por los que se saben superiores, nació el concepto de democracia:
Si todos somos obligados a obedecer al que manda, todos y cada uno somos capaces de mandar al que obedece.
Al ser todos iguales, la jerarquía que cada uno ocupa en la sociedad la establece la diferencia de respaldos individuales que consiga un aspirante al mando sobre los otros aspirantes.
Pasa así el que más respaldo tenga a ser el mejor para gobernar.
Si en el ejercicio  del mando que otros le confiaron no cumpliera lo que prometió, no será nunca porque quienes lo eligieron se equivocaron sino porque  engañó a todos los que lo eligieron.
Esa utópica igualdad de capacidades humanas que ha desembocado en la democracia como forma de gobierno la originó la negación por parte de los racionalistas de otras fuerzas que, además de la razón, determinan la conducta del hombre.
Desestimadas la fe, la fantasía, el miedo, la fuerza y el instinto como factores que influyen en el hombre, la sinrazón de la razón es la única excusa de sus errores.