lunes, 16 de febrero de 2015

LA CIVILIZACIÓN EN PELIGRO

Los egipcios han matado a dos o tres individuos al bombardear concentraciones de terroristas islámicos en la vecina Libia.
La aviación jordana atacó hace unos días a terroristas islámicos en Siria en represalia porque habían quemado a un aviador jordano prisionero.
Ahí van no uno, sino dos botones de muestra de que la barbarie terrorista se está contagiando a sus víctimas, en una escalada de salvajismo que puede sumir a la humanidad en una época  de extermino sistemático incontrolado.
Esa es la amenaza real, y no el terrorismo en sí porque, si la respuesta de los represores es tan irracional como los actos que pretenden corregir, será el instinto y no la razón lo que guíe la conducta humana.
Volverá así el ser humano a la condición animal de la que ha evolucionado a lo largo de los siglos.
Hasta ahora, los agredidos por los terroristas habían respondido de manera comedida y civilizada al salvajismo terrorista: montaron  manifestaciones multitudinarias de protesta, escribieron condenas contundentes y advirtieron  a los terroristas de que ya estaba bien de tantos abusos y de que,  si seguían por ese camino, se iban a enterar.
Se paso de contestar a la fuerza terrorista con la fuerza institucional a una etapa de consecuencias insospechadas, que podría desembocar en la funesta práctica de matar al que hiera.
La civilización y sus logros están en peligro: ¿sigue siendo el ser humano un vertebrado primate de la familia de los homínidos o, además, es capaz de someter los imperativos de sus instintos a los dictados de su razón?
Hay otra posibilidad: que no todos los humanos sean iguales o que, por lo menos, no todos hayan desarrollado simultáneamente su capacidad de condicionar a la razón los imperativos de sus instintos.
Es como si los más evolucionados y los menos sintieran la misma emoción al presenciar, por ejemplo, el milagro diario del amanecer.
Los más evolucionados, entre los que se encuentran los poetas, dirían como Antonio Machado:
“Está la  tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río”.
Mientras que un ser primitivo como servidor, si se levantara con tiempo de ver amanecer, diría: “Ojú”.