jueves, 2 de abril de 2015

ANIMALES DOMESTICOS CON APARIENCIA SALVAJE



En los términos municipales de la sevillana Puebla de los Infantes y de la contigua Hornachuelos, de la provincia de Córdoba; están enclavados los más solicitados cotos de caza mayor de Andalucía, como los de El Águila, las Mezquetillas o San Calixto.
El último lobo silvestre abatido en La Puebla de los Infantes lo mató en 1955 un vecino de  Peñaflor apellidado Benjumea, en el paraje de El Barranquillo de la finca La Adelfa.
Hace dos años murió otro cánido con aspecto de lobo. Cuando el pastor que le disparó comprobó que se trataba de un lobo procedente de una suelta de los criados en cautividad en uno de los centros ecológicos para que sobrevivan animales en peligro de extinción, maldijo su equivocación.
Cuando me lo contó intenté consolarlo: no fue error suyo porque no había matado a un animal salvaje, sino a uno al que le faltaba el instinto de supervivencia natural, del que sus fabricantes lo habían privado.
Al lobo de verdad, sus padres y congéneres lo entrenan para recelar del hombre y de todas las amenazas de muerte que lo acechan en un ambiente en que, para sobrevivir, tiene que desarrollar el instinto para evitar el peligro.
En la granja en que creció, el lobo muerto por el pastor veía en el hombre a alguien que le proporciona el alimento y las atenciones necesarios para crecer: un amigo y no un adversario.
En libertad, en lobo criado en orfanato espera del hombre que lo cuide, no que lo mate y lo persiga.
Como los linces que nacen y se desarrollan en las espléndidas instalaciones subvencionadas con fondos públicos, los lobos carecen del instinto para huir del ruido de  autos y camiones, con cuya presencia inofensiva se han familiarizado.
Nadie les ha enseñado, como hubieran hecho sus padres si hubieran nacido y crecido silvestres, que es peligroso atravesar cualquier tramo de la intrincada red de carreteras asfaltadas que abundan en la zona en la que los dejarán libres.
Tan indefensos sueltan de sus criaderos artificiales a lobos y linces para repoblar espacios naturales de los que los expulsó el progreso, que no bastan los que producen esas granjas para cubrir las bajas de su inexperiencia, como animales domésticos que son, aunque con aspecto de salvajes.
Ese negocio interesado y absurdo es una empresa descabellada y costosa, que solo beneficia a los que administran las fortunas dilapidadas.
Si lo que de verdad se pretende es conservar lobos, águilas, linces y otros bichos amenazados por el progreso, devuélvase su entorno natural a las condiciones silvestres anteriores, cuando abundaban tanto que se premiaba a los alimañeros por reducir su número.